LABRADOR DE PATRIAS, IMPULSOR DE CULTURAS. JOSÉ MARTÍ A TRAVÉS DE LA FOTOGRAFÍA
Es necesario elevarse como los montes
para ser visto desde lejos.
José Martí
Cuba es un país pródigo en mujeres y hombres íntegros, de talento desbordado, que han ostentado el don de la elocuencia y la pasión. Entre ellos está José Martí, apodado el Apóstol a consecuencia de una vida dedicada a su patria y a la patria de todos. Fue un hombre de ideas fijas, de carácter futurista, osado en sus decisiones y grande de pensamiento: rasgos que perpetuaron las fotografías que le tomaron a lo largo de su corta vida.
Recapitular momentos pasados, volver sobre los pasos de la historia cubana y sus orígenes, resulta tarea obligada en pos de comprender la formación identitaria que caracteriza a los cubanos. Adentrarnos en la historia del Apóstol no significa que reescribir lo que se sabe; sino poder develar detalles olvidados, o mirar con otros ojos aquello que ya se conoce.
Precisamente, el carácter documental de la fotografía es inherente en cada captura de una imagen, ya sea desde el momento en que entró la técnica a Cuba o, incluso, en este minuto de contemporaneidad y auge digital que se experimenta. La cualidad reporteril de la fotografía permitió a los primeros interesados por este universo de luces y sombras, reflejar a través del lente importantísimos momentos y personalidades que marcaron una impronta para el decursar de la historia del hombre y su nación. Siendo así, Martí fue retratado en numerosas ocasiones tanto fuera como dentro de Cuba, en ambientes más familiares, de trabajo, o en otros de visible tristeza y desgracia.
Gracias a un levantamiento de información que han realizado instituciones cubanas, vinculadas e interesadas con el universo martiano, ha sido posible contar con documentos y fotografías que muestran a un hombre que asentó pautas para el futuro triunfo de una patria libre, que marcó huellas en diversos campos sociales, y que impulsó a valorar los criterios y las posturas de todos, sin discriminación ni menosprecio. Al Museo Casa Natal José Martí, al Museo municipal de Guanabacoa, a la Biblioteca Nacional José Martí, a los diferentes centros científicos y académicos del país; e incluso, a las iniciativas propias que artistas, cineastas y escritores han tenido, debe agradecerse el poder disfrutar hoy de materiales, documentos, multimedias, fotografías, audiovisuales, gráficas y objetos de diversa índole, que de un modo u otro estuvieron relacionados con José Martí en el decursar de su existencia.
Para el siglo XIX, año en que llega la técnica fotográfica a Cuba, comienzan a escucharse nombres de estudios fotográficos asentados en las calles Obispo y O´Reilly, de La Habana Vieja, cuyos fotógrafos tuvieron la suerte de realizar algunos de los retratos martianos que han llegado hasta este momento. Entre ellos estuvieron el catalán Esteban Mestre, en su estudio Real Privilegio, de la calle O´Reilly # 63; y otro fotógrafo del cual aún se desconoce su nombre de pila situado en el estudio S. A. Cohner, ubicado en el # 62 de la misma calle.
Otros afortunados fotógrafos lo retrataron durante su paso por Estados Unidos, México y Jamaica. Se conoce que alrededor de una docena de profesionales del lente de estos países, le tomaron fotografías en diferentes momentos de su vida. Entre ellos cuentan los neoyorquinos M. Caro, y Antonio Moreno Llinás, de la galería Moreno y López; también se registran los nombres de Andrés I. Estévez y Antonio J. Estévez, ambos en Cayo Hueso; e igualmente desataca José María Aguirre, un patriota y fotógrafo cubano que legó interesantes tomas del Apóstol.
Por otra parte, entre los mexicanos sobresalen Manuel Torres, que retrató a Martí durante su última visita a ese país; y los hermanos Tejada, que hacia 1894 lo fotografiaron en tierras aztecas.
Durante su paso por Jamaica, algunas de las imágenes que le tomaron a Martí han llegado a nuestros días con dedicatorias al dorso que permiten situar el lugar y año en que fueron realizadas. Entre ellos destaca el nombre de Juan Bautista Valdés, fotógrafo y patriota cubano que tuvo una cercana amistad con Martí. Sus viajes a las tierras vecinas de Jamaica fueron documentados por Juan Bautista, y especial evocación merece el único retrato conocido que presenta a Martí de cuerpo entero, del año 1892. Al dorso este plasmó: A un hijo de sí mismo, ejemplo y honra de su patria, a un artista fino y concienzudo, el fraternal amigo Juan Bautista Valdés, su José Martí.
Generalmente, para la mayoría el Martí fotografiado es el personaje adulto, la imagen del héroe que prolifera así en bustos y estatuas, en libros de escuelas y en los homenajes que se le rinden. El horizonte de expectativas del sujeto cubano está tan saturado de referencias martianas, tanto en imágenes como en documentos, poemas y gráficas, que asume dicha representación con un matiz ideológico, como un personaje vigorizante, sin errores ni culpas.
No es costumbre la profusión de imágenes sobre el Martí niño o adolescente. Es así que, ante una imagen como la que le tomó el fotógrafo Esteban Mestre en 1862, el espectador quede admirado apreciando tal retrato: una imagen en la que apenas contaba con 9 años de edad. La misma es considerada la primera fotografía que se conoce del Apóstol. El retrato permite que visualmente situemos al niño en un contexto escolar a partir de una medallita en su traje, que según algunos estudiosos, se debe a un otorgamiento por sus méritos en clases de idioma. Una postura hierática y elegante se conjuga con una mirada fija y seria, un semblante resuelto, que vaticina la actitud regia y firme que lo caracterizará durante su vida y posteriormente a lo largo de la historia.
Igual admiración causa una fotografía de mediados del siglo XIX, que le fue tomada acompañado por los hermanos Valdés Domínguez, Eusebio y su amigo Fermín. Con solo 19 años de edad, en esta imagen se observan jóvenes de total entereza, quienes muestran una seriedad y talante soberbia, de escasos tonos felices en sus rostros, y con una postura que devela un compromiso social y político aún ciernes para estos momentos. La foto fue tomada en Madrid, en septiembre de 1872, durante el período de exilio. Una copia fue enviada a Fermín, con una dedicatoria en la que reflejaba su confianza y amistad: Hermano, cuando te he visto a mi lado no he suspirado por mi madre. (José Martí. Madrid, 19 de septiembre de 1872). Fiel amigo suyo, compañero de ideas y de momentos angustiosos, Fermín supo honrarle con su luz en medio de caminos oscuros.
Por otra parte, en la clásica imagen de 1870, del Martí adolescente con un grillete, reposando junto a una columna dórica, también aparecen dos poemas de aliento resignado mas no vencido, que bajo el velo de la abnegación y la lealtad escribió a su madre:
Mírame, madre, y por tu amor no llores;
Si esclavo de mi edad y mis doctrinas,
Tu mártir corazón llené de espinas,
Piensa que nacen entre espinas, flores.
(José Martí. Presidio, 28 de agosto de 1870)
Al observar detenidamente dicha foto del prisionero # 113 en el Presidio, se advierte la imagen de un sujeto firme, de mirada oronda y altivez presente, a pesar del sufrimiento y de la distancia. Alude al sacrificio que honradamente soporta por su patria y a la vez expresa claramente un cariño filial hacia su destinataria. Y es como si esa teleología martiana enraizada en la psiquis del sujeto cubano, comenzó desde mucho antes cuando el propio Martí proyectaba en aquellas fotografías que le tomaban, algunos rasgos que no quería pasaran por alto. No solo en sus prédicas y en sus pensamientos, sino también en sus retratos, plasmaba una idea visual de sí mismo, un interés ideológico acorde con el discurso nacionalista e independentista que defendía.
Ejemplo de ello también son las fotografías y dedicatorias de 1872 en Madrid, y de 1885 en Nueva York. En la primera de estas aparece Martí en su período estudiantil, durante su primera deportación a España. En posición sedente mira hacia uno de los laterales del encuadre, serio y resistente, cual sujeto pensativo en constante reflexión. Por otra parte, en la foto de 1885, aparece un Martí ya adulto, impositivo visualmente, de postura sólida y mirada meditabunda. Es un retrato realizado por W. F. Bowes, cuyo estudio fotográfico se encontraba en Nueva York, en el que captó esa condición de sujeto comprometido políticamente. Al dorso de ambas fotos se lee, respectivamente:
Madre mía: Aquí van dos esperanzas y una felicidad.
Si los que esperan no amaran tanto a sus madres,
Esperarían demasiado para ser pronto felices.
La besa
Su hijo Martí
(Madrid, 13 Septiembre 1872)
Como a fuente de vida exhausto río
Va a mi madre mi espíritu sombrío.
(Nueva York, 1885)
Apreciar la imagen del Martí adolescente encadenado y leer líneas hartas de dolor y virtud, desde el contexto político y social del presente, provoca un shock emocional, y conduce la mirada hacia una verdad visual de un suceso histórico pasado, una reconstrucción del martirio en retrospectiva que sacude y oprime el interior de sus observadores. Tal sensación no sucede solamente al enfrentarse a la fotografía de 1870 del Martí recluso, también sucede así con muchísimas de las imágenes difundidas del Héroe Nacional. Tanto la escritura como la fotografía redondean un sentir emocional que ha perdurado a lo largo de los años, intensificado cada vez más con la profusión de imágenes y pensamientos de Martí, desde las tempranas enseñanzas escolares. La reacción está condicionada por un mecanismo de ensalzamiento de la personalidad heroica, y por un devenir histórico colmado de diatribas y obstáculos que han sido frenados de la mano y el pensamiento de otros, que bajo los criterios fundados por Martí, lograron cosechar un camino hacia la soberanía. Más allá del modo en que estamos “programados” para observar determinadas imágenes a la altura de una contemporaneidad que se mueve a pasos ciertamente dinámicos, tenemos el poder para ver más allá de la mera representación.
Un hombre culto, ilustrado en los campos del saber y con luz para iluminar más allá de su círculo, debe deconstruirse desde el carácter humanista inherente del sujeto, desde la cualidad perceptiva de alguien comprometido con su tiempo, saturado de errores como cualquier otro hombre, sensible a las pasiones humanas, y orgulloso de su actitud para con su nación. En palabras de Eusebio Leal, Historiador de la ciudad de La Habana: (…) porque tenía ese carisma que, según los griegos, era capaz de encender un fuego inextinguible en los corazones y en la conciencia de los demás.
Siendo así, sea cual sea la foto de José Martí que se admire, su retrato siempre ostenta el don del mártir más fiero de pensamiento y de increíble sacrificio. Una percepción recíproca desde nuestro presente nos conecta con su tiempo, con su condición y su imaginería ideológica. La potencialidad que tiene la fotografía para captar la esencia real de aquello que se convierte en motivo de interés y, por ende, en enfoque nítido de determinada imagen, ha posibilitado que lleguen hasta hoy documentos de suma importancia para la comprensión de un tiempo pasado y de un hombre labrador de patrias e impulsor de culturas.
Artistas cubanos más recientes han continuado esa labor reporteril que en su momento lograron fotógrafos del siglo XIX. La representación martiana, ya no de este sujeto en vida, sino a través de su huella en nosotros, ocupa buena parte de la producción artística nacional. Desde las disímiles manifestaciones, la figura del Apóstol ha sido reinterpretada y representada de incontables modos y formatos, lo cual también ha traído consigo nuevas maneras de ver y sentir a ese grande que fue José Martí.
En ese sentido, especial mención merece una serie del joven fotógrafo cubano Alfredo Sarabia (hijo), denominada La Parábola del sembrador; un ensayo fotográfico en el que confluyen la metáfora y el documentalismo, lo construido y lo real, tomando como punto de partida bustos de Martí emplazados a lo largo del país.
El pasaje bíblico (San Marcos 4:3-9) sobre un labrador que sale a sembrar, lo engarza con su discurso de bustos martianos en tanto semillas de un pensamiento diseminado por toda la Isla. Un tono poético y alegórico caracteriza este ensayo, sin desligarse de los motivos significativos de la escena realmente fotografiada. Su trabajo parte de un referente que toma como pretexto para sugerir una realidad susceptible a disímiles interpretaciones desde la psiquis del receptor. Martí viene a significar ese sembrador de pueblos, aquel que logró frutos en caminos secos:
… otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.
Entonces les dijo: el que tiene oídos para oír, oiga.
(San Marcos 4:3-9)
Las fotografías que de José Martí se hicieron durante su vida han permitido comprender diferentes momentos de su accionar por varios lugares y encuentros con otras personalidades. Han sido una herramienta efectiva para que artistas, investigadores, cineastas o académicos encaucen criterios propios según su rama profesional; para que se conciban proyectos comunitarios con un referente visual exacto; para que se orienten estudios científicos que conllevan a una obligada consulta del material fotográfico; para que pueda apreciarse la evolución visual de Martí, en quien se conjuga el motor intelectual de la Revolución Cubana y la voluntad en la preservación de la identidad y cultura nacional.
Las fotografías de Martí joven, de Martí en México, en Jamaica, en Tampa, en Cayo Hueso, en Madrid, en Nueva York; de Martí junto a Fermín, a Panchito Gómez Toro, a Máximo Gómez; las diferentes versiones de Martí con su hijo José Francisco, con María Mantilla, la última foto que se conoce de este junto a Manuel Mantilla; retratos de Martí solo, de medio cuerpo o cuerpo entero; conservan en sí la fuerza de un hombre luchador a la vez que sentimental: hijo, amigo, padre, compañero y apasionado siempre.