producción suscita evaluaciones muy disímiles. Y no es que se la desconozca, ya sea por apreciación directa o a través de la selva de ideas, noticias e informaciones ya conocidas y otras menos –imposible no estar al tanto, a esta altura, de quién era Warhol–, pero apreciarla en un conjunto de más de 170 trabajos gracias a la iniciativa del fundador del museo, Eduardo Costantini, dio resultados eficaces. Al fin pensé qué me habían quedado grabadas, insistentemente, dos cosas.
La primera, con seguridad la serie de Marilyn. Extraordinariamente atrapante. Vinculé la figura histórica y su imagen, ésta tragándose a aquélla, sin que eso pueda o deba sorprender mayormente. En cambio lo que hace a la originalidad de Warhol, me parece, es el efecto devastador causado por la variación indefinida de la imagen, en gran parte por la repetición y diversificación cromática. El mismo dibujo, otro color, repetición continua y a la vez cambiante logran un resultado explosivo, igual y diferente. Siendo el mismo, es otro. La imagen, por su etimología (latina y griega) ya un sustituto, un eidolon, una copia o doble, opera en este universo artístico en clave de repetición y reemplazo respecto de las anteriores versiones. La manipulación de la serigrafía alienta procedimientos que por lo pronto le hacen perder unidad y singularidad. El paroxismo del aparecer resulta una bomba de tiempo que borra no solamente al personaje real sino lo que es la representación misma, en su identificación vulnerada.
Quizá provoquen dudas otros trabajos como la cara verde y labios blancuzcos de Nixon, que dicen bastante, pero de modo especial el rostro de Mao, imperial y moderadamente afable. Aquí Mao es Mao. Es China, en la actualidad el principal problema no sólo de los Estados Unidos sino del entero Occidente. Pero no hay que equivocarse.
También esas imágenes han sido objeto de la colorida multiplicación y de variaciones que impiden focalizar una suerte de individualización precisa. Volvemos a intentar una pregunta que ha inquietado a la historia de la estética: ¿qué es una imagen? (Platón la reducía al tercer grado de realidad). Lo que tambalea aquí, en estas realizaciones, no es sólo aquella unidad idealizada y mítica de la obra de arte, sino la unidad empírica del signo, que ahora remite a una presencia de multiplicidad descentrada y variable, sin referencias que la sustenten.
De todas maneras no dejamos de apuntar otra pregunta: ¿qué sentido tiene subrayar este buscado aislamiento y complementaria dispersión de la imagen? ¿Acaso la estética no ha insistido suficientemente en la autoreferencia de la obra de arte, así como en la prescindencia de facetas éticas, sociales, políticas o ideológicas?. Advertimos sin embargo que esas consignas son esencialmente modernas y al parecer Warhol ha dado inicio a lo que, a falta de otras palabras, llamamos posmoderno. Sin coincidir con acepciones frecuentemente tenidas en cuenta como, entre otras, el retorno al pasado, hay características a destacarse. Nada de separar al arte del flujo existencial, lo que se pregona es justamente lo contrario, arte y cultura popular, arte y publicidad, perspicaz y astuta, arte como mercado, negocio y ganancia. Por sobre todo arte como éxito, estrellato y fama, que enamoraron a Warhol desde chico.
Este hombre de familia inmigrante proveniente del este europeo, con etnia distinta de la anglosajona, vivió en Pittsburg los años de la crisis del ‘29 y el contexto de la segunda guerra mundial -con 60 millones de muertos. Dos décadas más tarde todo eso está ausente en los míticos años ‘60 a cuyas movidas nadie contribuyó como Warhol. Tras haber obtenido éxitos publicitarios rotundos, acordes con las expectativas de un público lanzado a la celebración del consumo y del marketing, su operar se despliega obviamente sin interés alguno por el pasado aún próximo ni por posibles implicancias políticas e ideológicas. Interesan seguramente a otros, lo sabemos. Por ejemplo, cuando hoy el premier ruso Vladimir Putin condena el vergonzoso pacto entre Stalin y Hitler poco antes de la guerra, idéntico error cometido por ingleses y franceses. Se ha dicho que el pasado retorna. En algunos momentos, no en otros, no precisamente en el apogeo de un Warhol que en los ‘60 apuesta al éxito en proyección presente y futura, en coincidencia con la emergente cultura americana y la invasión Pop. Pletóricos de contradicciones son algunos de estos testimonios presentes en el Malba. Refinadísimas serigrafías con los señalados procedimientos, con la calidad del grano de la tela aparentemente desprolijo y múltiples sutilezas que por lo general tienden a acentuar la irrealización de la imagen y su lenguaje indirecto. Como lo consigna la escena urbana (Motín racial Birmingham), obra de entrevero escasamente nítido, con policías, un hombre de color, desorden y perros, una figura más alejada a la derecha que registra con su cámara, mientras a la izquierda una mujer blanca, más próxima, mira (sólo con medio perfil, por el corte del cuadro). Excepcional representación en su casi logrado desdibujamiento. Lo que es y no es, es tanto más. Documento de una de las apuestas vencedoras, la fotografía, ya jugando un rol decisivo.
Pero recuerdo todavía lo que en segundo término me quedó grabado. Pertenece a la serie de Jackie Kennedy. No sólo las imágenes que tanto han aportado a la enorme difusión del artista, sino a la expresión escrita en la consabida tarjetita identificatoria: Fue lo mejor que hizo. Creí en principio que se trataba de palabras desafortunadas fuera contexto, pero están corroboradas por otras observaciones. Efectivamente Warhol se habría entusiasmado frente a esas fotos tomadas en ocasión del cortejo fúnebre del presidente Kennedy. En todo caso la brutalidad de esas palabras no contradice lo ya anotado. Nuevamente la realidad, cualquiera ella sea, se eclipsa frente a una apariencia potente que acapara toda la percepción y pasión del artista, como si en semejante evento Jackie Kennedy no fuese otra cosa que “alguien que se produce”. La abolición de la realidad frente a su representación hace añicos todo lo que no es ella misma, quedando solo el devenir cambiante de sucesivas apariciones en las que tiembla ese poco de realidad que es una irrealidad imaginaria. Como una sombra, alguien dijo.
Una exaltación de las apariencias pocas veces vista. El artista lo dice de sí mismo, no hay detrás nada ¿dónde está Warhol ¿en las apariencias, en imagen. Allí se agota. O transforma en sus travestimientos, o flagela, si recordamos la violenta representación de su rostro, una máscara cruzada por turbulentos trazos de pintura gestual con los colores de la bandera norteamericana. Su América. La de “Mister América”.
Las decepciones no tardaron en llegar. Borrar los límites entre la realidad y la imagen tiene sus costos. No anula la angustia de la existencia, del sexo y de la muerte, tan presentes en la época y en la experiencia personal. No pocos testimonios lo confirman en esta exhibición, entre foto
s, videos, films y otra documentación. El hombre que no se conmovió ante la tragedia americana es el mismo que “retrató” la muerte en tres cuadritos con sillas eléctricas, obras pequeñas y a la vez monumentales. También hay bastante para ver en torno al sexo, incluida una experiencia erótica que lleva el mismo nombre -en la reveladora tarjetita- del utilizado por un deslenguado Maradona, por supuesto sin el simpático “con perdón de las damas”, aquí innecesario en un ambiente de alta cultura que por cierto no se escandaliza por tanto o tan poco, tratándose de una visión, en verdad original, que une lo bajo y lo alto, lo proletario y la elite, la obra de arte y lo publicitario, lo homosexual y lo heterosexual, así como las pasiones opuestas o por lo menos diferentes. Esa institución que fue la discutida Factory lo reveló con creces.
En definitiva hay reflexionar, interpretar y criticar positiva y negativamente, para cuestionar y acordar y también recordar que todo arte es lenguaje y que este personaje, un auténtico cholulo que se fascinaba desde pequeño con la popularidad de Shirley Temple aspirando, en el desarrollo de su no larga vida a emular esas actuaciones, supo transformar la cultura de los tiempos americanos. Porque no sólo concordó con éstos sino que, más que otros, los creó. Respecto de Rauschenberg y de Jaspers Johns, excelentes artistas, Warhol es más, también estéticamente.