Desde Milán, Mercedes Viola para Revista Magenta

Una tarde fría, a la mesa de un bar turístico de Piazza San Babila en Milán, me encuentro con Eugenio Viola (Nápoles, 1975) antes de su regreso a Bogotá. Crítico de arte y curador del Pabellón Italia en la próxima Bienal de Arte 2022 de Venecia.
Eugenio Viola en el 2016 deja, luego de siete años, la curaduría del Museo MADRE de su Nápoles natal para viajar a Australia y de allí a Colombia, donde cubre actualmente el cargo de Curador Jefe del Museo de Arte Moderna de Bogotá – MAMBO.
Vestido de negro Eugenio se sienta de lado, cruza las piernas, sus ojos claros y sus manos vestidas con grandes anillos ganan la escena.
Meláncolico por naturaleza y obligado al optimismo como deber ético de nuestro tiempo incierto, ensaya al pasar, como subtítulo de sí mismo el curador Partenopeo, que en mayo 2022 estará en Buenos Aires por primera vez para visitar la exposición de Silvia Rivas en Fundación Andreani en el nuevo espacio de La Boca.
Ordenaremos dos copas de vino y hablaremos del arte y su sentido en éstos tiempos. Y aunque estemos fisicamente al norte será, por intención y calidez, como el título del ciclo expositivo actualmente en el MAMBO, una “Conversación al Sur”.

¿Cómo te encuentras viviendo en Bogotá?
Puedo vivir en Bogotá porque vengo de Nápoles, si hubiera venido de Milán hubiera sido diferente. Porque más allá de las diferencias macro y micro y de que Nápoles sea una ciudad sobre el mar y Bogotá una ciudad andina, ambas son sostenidas por esa entropía que circula bajo la piel, a todos los niveles, esa especie de anarquía creativa. Viven al límite. Se nutren de sus límites. Es por esto que me siento a casa. Bogotá es la versión explosionada de Nápoles, su versión sudamericana, así que puedes imaginar…
¿Te interesa el Sur como concepto?
El Sur es casi una vocación. Una parte que no se puede eliminar de mi destino. Nací al Sur, luego me transferí al hemisferio Sur, y ahora vivo en América del Sur.

Conversación al Sur se llama el actual ciclo expositivo en el MAMBO. ¿De qué se trata?
Es el diálogo entre tres artistas del Sur y un curador del Sur y un homenaje a la fundadora del museo: la argentina Marta Traba. Las artistas son la chilena Voluspa Jarpa, quién representó a Chile en la última Bienal de Arte de Venecia, unos de los mejores pabellones, ganadora de la edición inaugural del Premio Julius Baer a artistas latinoamericanas, y las colombianas Luz Lizarazo y Alba Triana. La obra de la primera, investiga la dimensión poética y política de lo femenino, la de la segunda, indaga el límite entre visible e invisible desde un acercamiento humanístico a la tecnología.
¿Cómo eliges a los artistas?
Depende. El artista te da la posibilidad de mirar la creación, la inquietud de la contemporaneidad, con una mirada estrábica, diferente, complementaria respecto a la de la ciencia o la política. Elijo los artistas que se relacionan de manera dialéctica y reaccionan, si es necesario, de manera polémica con la realidad.
Entre los curadores de mi generación, en Italia, puedo decir que soy el que más ha trabajado con artistas latinoamericanos. Tienen una visceralidad que siempre me ha gustado.

Has trabajado en Italia, en Australia y ahora en Colombia. ¿Cómo cambia el proceso de selección de un país a otro?
Es una responsabilidad y un desafío muy grande: reconocer y entender, en un contexto que es absolutamente ajeno a mí – Colombia menos ajeno que Australia – qué cosa puede ser interesante para los visitantes. Los museos son, sobre todo, para el público. Fundamental es individualizar las emergencias temáticas que puedan de alguna manera hacer reaccionar, producir sentido, en un público que ahora conozco y me sigue, pero que no conocía al inicio.
¿Los grandes temas son los mismos para los artistas sudamericanos y europeos?
No, porque generalmente el artista parte de la realidad que lo circunda y luego por inducción puede ir de lo particular a lo general.
Una artista guatemalteca, con quien he trabajado mucho y que traje al PAC aquí en Milán, es Regina José Galindo. Todo su trabajo, por ejemplo, se informa sobre el exceso de violencia, sobre todo sobre las mujeres y el femicidio que ocurre lamentablemente en Guatemala, pero por inducción hace una reflexión amarga sobre el exceso de violencia sobre las mujeres en la sociedad contemporanea en general.
Conocí Guatemala antes de visitarlo a través de sus artistas así como conocí Cuba a través de la obra de Carlos Garaicoa, con quien trabajé quince años atrás en Nápoles.
Siempre fui partidario de una curaduría ética y comprometida socialmente. Ahora, a raíz de dónde he decido operar y estar, lo es aún más.

Vamos hacia atrás en el tiempo. ¿Cómo te acercaste al arte?
El arte es una adicción, soy un artholic. Me acerqué a través de mis padres. Mi padre en vez de llevarme a la cancha, donde nunca he entrado, me llevaba a los museos. Recuerdo la primera obra de arte contemporanea que vi en mi vida: el Grande Cretto Nero de Burri, 1978 en el Museo de Capodimonte, en Nápoles. Era el año 1981, yo tenía seis años, y lo recuerdo porque mi padre, que era un intelectual, me había llevado a ver el Códice Atlantico de Leonardo, y mientras miraba la obra de Burri me decía: Eugenio, yo esta arte contemporánea no la entiendo.
Luego en la Universidad estudié Conservación de los Bienes Culturales y cuando encontré mi maestro me volqué hacia el contemporaneo.
¿Y qué le responderías hoy a tu padre?
Que no la tienes que entender. Es una cuestión de sentir, de sensibilidad. Luego hay varios niveles de acercamiento a una obra de arte, incluso al arte clásico. Porque una composición sagrada la entiendes, pero hay diferentes niveles: el contexto, la simbología, si hay símbolos herméticos, alquímicos, rosacrucianos, masónicos, o toda una serie de símbolos que en aquella época eran inmediatamente reconocibles para las personas pero que hoy para nosotros ya no lo son. El huevo suspendido sobre la cabeza de la Virgen en La Pala di Brera de Piero de la Francesca, 1472, por ejemplo, era un símbolo de inmortalidad inmediatamente legible.
El primer elemento de lectura en una obra lo defino ‘cosmético’. Lo que sientes de impacto si una cosa te gusta, te parece bella. Luego está la parte estética. Lo contemporáneo no necesariamente te debe gustar. Lo que importa es la reacción. Porque es la indiferencia que mata todo y también el arte. Muchas veces he presentado obras o proyectos que no estaban hechas para gustar, sino para generar una reacción. Que son incómodas de mirar y de digerir.
¿Es necesario conocer el autor de una obra y saber qué quería decir?
No es necesariamente. Te digo más, yo creo que un proyecto, una obra, una muestra, un pabellón, funcionan si tú, una vez terminada la experiencia de la visión, tienes más preguntas que respuestas. Si esto sucede, significa que ha funcionado.
Hablando de pabellones hay una pregunta que tengo que hacerte.
Si puedo responder…
Eugenio Viola, curador del Pabellón Italia para la Bienal de Arte 2022 de Venecia, elige un solo artista (Gian Maria Tosatti) ¿Por qué?
Al esquema trinitario de mis predecesores, yo lo he sustituido con un artista que es uno y trino. Simple. (reímos)
Cuando fui invitado a presentar un proyecto la elección fue inmediata. He trabajado mucho con Gian Maria Tosatti en Nápoles. Él, como yo, trabaja en ciclos. No tengo una muestra preferida, entre las que he curado porque todas son parte de un discurso en devenir, como capítulos diferentes de una novela por imágenes. Con él había trabajado en éste gran proyecto que duró tres años, más que un proyecto una saga curatorial. Restituimos a la ciudad siete edificios monumentales en desuso, desde la segunda guerra mundial o desde el terremoto del ‘80. Es un artista que tiene un gran dominio del espacio.

¿Crees que la pandemia haya acomunado a nivel mundial las necesidades, los temas de conversación?
En algunos temas, sí. Luego hay diferencias específicas. En Colombia no es la pandemia en sí, sino la emergencia social. La gente tiene hambre, y el hambre genera rabia, siempre.
Y en lugares con emergencias tan elementales, ¿es necesario el arte? ¿qué función cumple?
Educa. Nutre el espíritu. Con el museo tenemos que colmar muchos gaps allí en Colombia. La educación es uno de ellos. El arte educa, te lleva a reflexionar y te puede dar una visión diferente sobre los problemas. Es por esto que los regímenes autoritarios la miran con desconfianza. Mira lo que está pasando en Cuba con los artistas que entran y salen de prisión.
Por lo tanto, sí, es absolutamente necesario. Nosotros tenemos una serie de programas para personas en dificultad, como el MAMBO Viajero, un museo itinerante que busca democratizar el arte y que viaja con extractos de algunas exposiciones por las áreas más problemáticas del país.
Soy un gran sostenedor de la ósmosis entre el externo y el interno de la institución. Organizo frecuentemente proyectos urbanos, virales en el sentido positivo del término.
¿Y el arte público?
Lo mismo. Cuando es de calidad, y no siempre sucede, el arte público es un modo de acercar las personas al arte contemporáneo. El arte puede tener el poder de despertar las conciencias, puede generar procesos de regeneración social y cultural que pueden desarrollarse precisamente a partir de una dimensión urbana, social, colectiva y participativa.
En el arte contemporáneo, ¿cómo sabes qué es arte y qué no?
Me lo dice mi estómago. Ahora me es mucho más fácil, trabajo desde hace mas de veinte años y tengo el ojo y el músculo de la percepción entrenados.
Luego puedo ir a niveles diferentes, ver la relación con el contexto, saber a quién se ha inspirado, pero este no debe ser necesariamente el argumento de un público más general que viene simplemente para vivir una emoción, o para irse disturbado.
¿Cómo vivís la crítica?
Acepto las críticas, si son constructivas. El arte debe crear diálogo, debate. Esta es hoy la tarea del arte, sino no tendría razón de ser. Vivimos en una sociedad hiper-estética que arriesga anestesiarnos. Todo es estético: video clip, trailer del cine, la política, la vida misma. Estamos sumergidos, inundados por una cantidad de estímulos visuales como nunca antes. Un proceso esclerotizado por la revolución digital. Por lo tanto, es importante que haya una reacción, aun de disgusto, de fastidio.
¿Se arriesga de tener que levantar siempre el tiro?
No soy partidario del escándalo por sí mismo. Puede ser instrumental en un contexto determinado, pero se arriesga que el escándalo fagocite la obra misma. Doy cabida a la provocación inteligente. Luego lo que es escandaloso es subjetivo, depende de quién lo mira. Como decía San Pablo: Omnia munda mundis. Todo es puro para los puros.
¿Tu Nápoles cuál es?
Mi Nápoles es la del pensamiento, de los intelectuales, iluminista y liberal. La oleografía me interesa menos. Siempre he buscado y me he concentrado, trabajando siete años en el MADRE el museo de arte contemporaneo de la ciudad, en dar una visión distinta a la oleografía de la ciudad: pizza-mandolino – basura. Soy un napolitano atípico y tengo con la ciudad una relación ambivalente de amor y odio. Nápoles es como Medèa.
¿Y el Norte te ha intrigado alguna vez?
Sí, su aspecto antitético y complementario al del Sur. Son las dos caras de la misma moneda. ‘En el norte el sur y el norte en el sur, como decía Walter Benjamin’. Milán es mi secunda ciudad en Italia, y después de Nápoles, es mi ciudad preferida. Probablemente es la única ciudad de Italia que hoy es verdaderamente europea. Si viviera en Italia probablemente viviría aquí, aunque creo que Nápoles es mas hermosa y intrigante que Milán.
Mercedes Viola
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