
EL GUSTO POR EL CUERPO. ESTRATEGIAS DISCURSIVAS DE LA NOVÍSIMA GENERACIÓN DE FOTÓGRAFOS DEL CUERPO.
Por Yenny Hernández Valdés
La Habana, Cuba
El hombre siempre ha sentido una profunda curiosidad y extrañeza ante los misterios de su cuerpo (1). Este ha sido uno de los fenómenos inherentes al arte, porque desde las primeras experiencias artísticas de las que se tiene conocimiento y hasta nuestros días, el cuerpo ha estado presente como agente configurador de las diferentes formas de representación. Ha sido entendido como la clave para expresar ese “Yo” interno del sujeto en una relación intrínseca con su exterior: una estructura conformada a partir de sentidos y diálogos que generan en aquellos que lo observan una fuerte sensibilidad.
La fotografía como soporte artístico y el cuerpo como recurso expresivo, tuvieron un protagonismo extraordinario a finales del siglo XX cubano. A través de este, los artistas ofrecieron piezas en las que las inquietudes sociales, políticas, culturales y personales, brotaban efervescentemente. El cuerpo se convirtió en el gran tema, recurso, símbolo y pretexto del momento.
La producción fotográfico-corporal de los años iniciales del siglo XXI se sustenta sobre una expresividad en constante evolución, distanciándose de toda redundancia estética y conceptual. Esa es la clave en principio. Conceptos añejos y establecidos en los diccionarios de las Bellas Artes, como belleza y fealdad, no cuentan para las nuevas formas de encarar lo corporal en el arte cubano (…) Lo subversivo parece ser la tónica presente, y la era digital es el escenario idóneo para tales mutaciones (2).
Desde su propio entorno, los artistas han abordado problemáticas picantes dentro la fotografía como ostentación definitoria de las recientes producciones. Persiste en esta joven hornada una visión de lo corporal entendida como reflejo de componentes sociales, políticos y culturales intrínsecos a las diversas sociedades que conforman el universo histórico del hombre. Este aparente caos que describe la heterogénea representación del cuerpo en la práctica artística actual, nos manifiesta una entidad mutable, una sucesión infinita de representaciones que sufren, fluyen, se fraccionan, cambian, se dilatan o –mágicamente– evolucionan (3). Estamos ante un protagonismo notable del cuerpo como principal medio de expresión e identificación del artista, del modelo, del receptor. Lo corpóreo es instaurado como plataforma de angustias, deseos, introspección, miedos; como eje que descubre diversos caminos a partir de las lecturas de sus receptores: caminos de inquietudes, de añoranzas, de discursos, de soluciones. Los artistas transgreden estipulaciones de cualquier índole. Sátiras, humor y alegorías subyacen al interior del sema estético de las piezas.
Para artistas como Leonel Fernández (La Habana, 1970), Erick Coll (La Habana, 1976), Javier A. Bobadilla (La Habana, 1979), Yuri Obregón (La Habana, 1979), Yomer F. Montejo (Camagüey, 1983), Yanahara Mauri (La Habana, 1984), Jorge Otero (La Habana, 1986), Claudia Corrales (La Habana, 1987), Rodney Batista (La Habana, 1988) y Yoanny Aldaya (La Habana, 1988), lo corporal es asumido como texto y pretexto idóneo para manipular, mutilar y construir artísticamente.
Todos ellos, por solo señalar algunos nombres, forman parte del gran conjunto de artistas que trabajan el cuerpo a través de la fotografía desde inicios del nuevo siglo.
Podemos comprender esta joven oleada de fotógrafos del cuerpo desde dos perspectivas fundamentales. Por un lado, a partir de la variedad estilística y temática que cada uno desarrolla. El cuerpo gay/lésbico/transgénero, el cuerpo-religión, el cuerpo-muerte, el cuerpo anciano, el cuerpo pueril, el cuerpo degradado y reivindicado, el cuerpo-objeto, el cuerpo-social, el cuerpo-código, el cuerpo-contexto y universo: acepciones diversas y válidas de lo corporal son manejadas con objetivos y finalidades disímiles.
Por otro lado, mediante nexos discursivos que los aúna y permite analizarlos como un fenómeno artístico. Esta novísima generación –vale acotar que todos y cada uno de ellos–, se vale de la manipulación de imágenes, de los montajes instalacionistas, los performances, el collage, la simulación, la elipsis, la metáfora, la metonimia, la fotografía construida en el estudio. La sentencia del fotógrafo se hace transparente por cuanto su subjetividad se presenta sin cortes, sin maquillajes, sin desviaciones. Lo que se pretende expresar viene dado por una alusión sutil o dramática explícita, siempre alejada de cualquier canon de publicidad, doxa político o institucional.
De manera general, estos jóvenes fotógrafos han tomado como parte de su poética el uso de lo que el teórico español Víctor del Río ha denominado como “efecto photoshop” (4). Si bien se mantiene el gusto por la técnica fotográfica tradicional, por las acentuadas luces y sombras, por la limpieza estética de la imagen; también se observa un énfasis por parte de los fotógrafos en mostrar la recurrencia y utilización de las nuevas tecnologías como herramientas eficaces para el trabajo con el cuerpo. Metamorfosear, hibridar y restaurar imágenes concebidas por el artista, capturadas por la cámara y retocadas por los software constituyen procedimientos de trabajo a la vez que una vocación conscientemente renovadora para la proyección del cuerpo fotografiado, explícitamente visible en las producciones de esta flamante generación de artistas del lente.
No obstante, la manipulación de las imágenes se produce desde diferentes niveles de instrumentación. De un aparente y neutral reconocimiento del cuerpo en tanto visión primigenia y concepción mental del artista, se pasa a la manipulación corpórea tal cual. Los gestos faciales y corporales, la expresividad de las poses, de las extremidades, de los sexos, de las miradas, mutan constantemente en un proceso de construcción compositiva del mensaje. Refuerza todo ello otro tipo de manipulación mediada especulativa y simbólicamente por la digitalización tecnológica. Ello afecta –en términos de buenaventura creativa– tanto al cuerpo como texto maleable y a la imagen en tanto resultado último de la creatividad fotográfica.
En este sentido, es percibida una línea de trabajo sumamente desarrollada por los jóvenes fotógrafos del cuerpo en lo que a proceso creativo-performático se refiere. El producto final, ese resultado que críticos, especialistas, historiadores y artistas veneran, transita por diferentes fases de creación y perfeccionamiento que actualmente se advierte en la propia pieza fotográfica. La concepción ideológica, la preparación y disposición de escenografías, la accesibilidad y manipulación de los cuerpos, sus poses y gestos, el momento exacto del “clic” del obturador, la postproducción digital de la imagen, la exposición de la pieza y el reconocimiento de la crítica especializada –entendidos estos últimos como meta espiritual alcanzada por el artista–, componen un faena procesual de arduo trabajo.
En la obra, en la cual el cuerpo es proyectado generalmente en su estado más supremo de revelación anatómica, se distingue la voluntad de una postura crítica, de tintes sugestivos y perspicaces que atrapan al espectador en una red de intercomunicación exegética necesaria para ambas partes implicadas. Los artistas exploran, profundizan y actualizan problemáticas complejas y atractivas que se alojan en la esencia misma del ser, lo que invita a una reflexión de los mensajes que fluctúan al interior de la imagen.
Si bien el cuerpo ofrece la posibilidad de ser presentado según las exigencias, turbaciones y necesidades del fotógrafo, es el desnudo corporal el recurso mayormente explotado en este tipo de fotografía procesual que parece ser la tónica de desarrollo de estos artistas del lente. El manejo conceptual y decorativo del cuerpo –íntegro, fragmentado, recreado– no se detiene en el regodeo de su epicúreo visual, sino que procura la fecundación de mensajes diversos por cuanto es presentado como una dimensión matérica y metafísica permeada por las circunstancias y condiciones del contexto en el que emerge.
El fotógrafo hace del cuerpo un fabricante de sentidos y expresiones, lo maneja cual instrumento comunicacional eficiente, imprimiéndole significados mediante elementos añadidos o la mera fisicidad. La devoción representacional del cuerpo viene a ser la herramienta idónea al desafío de las estipulaciones sociales, una dosis de resistencia a la trivial proyección de la anatomía humana.
Aúna a estos noveles artistas el gusto por el cuerpo a partir del cual se percibe una voluntad de diálogo con los límites, los deseos, el morbo, como recursos necesarios de un subterfugio ontológico del discurso. La recreación placentera del ojo masculino sobre la corporalidad femenina, el carácter intimista y personalísimo de determinadas escenografías, el reciclaje icónico, el decursar y desarrollo del sujeto al interior de su sociedad, el cosmopolitismo ideológico y simbólico, son atomizaciones corporales desplegadas por los artistas. Unos utilizan cuerpos ajenos, arquitecturas morfológicas extrañas que moldean y proyectan a su antojo. Otros asumen la autorreferencialidad como modus operandi para manipular su propio cuerpo. Rebeldía y mutabilidad constante anuncian una madurez exegética, creativa y representacional en el arte fotográfico cubano más reciente.
Nos encontramos ante una generación fotográfica que promete calidad estética y conceptual; que ofrece cuerpos refuncionalizados, metamorfoseados, posmodernos, alegóricos, trastornados, inquietantes, reservados. El coqueteo subversivo con lo corpóreo se convierte en el lenguaje por excelencia de los artistas.