
Por Verónica Flores
Escultura do Inconsciente (Escultura del inconsciente) es una serie fotográfica en continuo desarrollo del fotógrafo brasileño de origen japonés, Tatewaki Nio. La serie retrata a la ciudad de San Pablo como un polo urbano en constante tensión entre el futuro promisorio de las nuevas edificaciones y el pasado en ruinas de las antiguas.

Las fotografías de nuevas torres, edificios en construcción y edificios en demolición documentan el espacio y cargan vestigios de lo real, inherente al presente de la toma, pero también huellas de un pasado e indicios de un futuro. Este juego de temporalidades refleja el ritmo urbano, que se nutre del movimiento constante y del carácter efímero de los vínculos.
Dentro de este ritmo, a diferencia de los sujetos, las ciudades nunca duermen. Así, los edificios se transforman en espectadores asiduos o panópticos desapercibidos por peatones distraídos, porque la percepción sobre la ciudad que nos rodea muchas veces se esfuma en miradas esquivas hacia el frente o hacia dispositivos electrónicos. Mirar hacia los costados o hacia arriba, detenerse y fugarse de la inercia colectiva, implica reconocerse en el espacio y en un presente negado.
La ciudad funciona como un escenario metafórico de la vida humana: «estar en la ruina», «estar construyendo algo», «chocarse contra la pared», «derrumbarse», «las paredes oyen», «entrar por la puerta grande», son algunas de metáforas cotidianas que intervienen nuestro pensamiento. Las ciudades como creación colectiva, testifican el paso del tiempo, las crisis (políticas, económicas, financieras, sanitarias), los avances, los comportamientos y brechas sociales. Las ciudades atraviesan y son atravesadas por los sujetos, calan en su subjetividad, en sus confusiones y en su inconsciente.
La relación de lejanía y descontextualización que otorga el acto de fotografiar, permite aislar cada construcción, vaciarla y observar sus elementos en detalle. De esta forma, el espectador adopta una mirada flâneur activa, es decir, la mirada de quien siente y vive la ciudad por fuera de la vorágine que acarrea al transeúnte cotidiano de la capital de los negocios, o de cualquier gran metrópoli, y logra vincularse de una manera consciente con el espacio. A su vez, el término «escultura» remite a la idea de museo, a un recorrido por obras que demandan un observador no solo preciso, sino también sensible.

Por otro lado, las edificaciones urbanas develan la majestuosidad del espacio y su carácter antropofágico. Detenerse implica ser devorado, porque la vida otorgada a esa arquitectura marchita y vívida se nutre de la vida del transeúnte urbano que, para sobrevivir, debe adaptarse al ritmo impuesto. Detenerse, a su vez, implica enfrentar a una ciudad que también es devorada en pos del desarrollo.
Al respecto, la «transformación» (o «reconversión») es el lema tanto del modo de vida actual como del marketing empresarial y político. Sin embargo, esa inocente transformación esconde el acto violento de la destrucción y demuestra el carácter efímero de la existencia. El estado de alerta, insomne, de las ciudades no logra evitar la destrucción de sus partes. Los edificios funcionan como órganos que envejecen y son desechados, reemplazados por edificios modernos, más grandes y vistosos, que trazan un paralelismo con la vida humana urbana contemporánea.
Los planos frontales refuerzan la idea de encuentro cara a cara entre sujetos y construcciones y la relación de espejo. El culto a la belleza joven se interpela a partir del retrato de las ruinas, de la demolición, de los ladrillos a la vista. Todos esos elementos cargan historias, vivencias y referencias visuales. Todos esos elementos son parte del paisaje urbano y, también, puntos de alerta para el transeúnte, porque cuando lo viejo se reemplaza por lo nuevo sin que reparemos en el periodo de ausencia, evitamos cualquier clase de interrelación y empatía con lo que nos rodea. Asumir que en esa ausencia hubo una presencia es interpelar nuestra memoria y conexión con el espacio; es poner en jaque la frialdad de las relaciones interpersonales; es habitar y no tan solo deambular.