Como siguiendo el viaje de Alicia, Sueño Sombra, la exposición de Tadeo Muleiro que inauguró el jueves 28 de julio en Quimera (Güemes 4474), nos remueve el piso de lo cotidiano para adentrarnos en un país de las maravillas.

Son 14 obras, en donde entran en juego negros y rojos, colores planos y fuertes, cuadros e instalaciones. Sueño Sombra “presenta una escena suspendida entre dos dimensiones”, dicen las palabras de Jen Zapata en el texto de sala. Y justamente es el contraste continuo lo que experimenta el espectador al ingresar a la muestra. Esa contraposición entre lo irreal e intangible, propio de lo onírico —en este caso de las pesadillas—, vs lo bien sensorial dado por las piezas exhibidas: esculturas blandas textiles.
La escena se percibe como un punto de encuentro entre el sueño y la vigilia. También entre momentos de producción, “algunas de estas obras las cree el año pasado y otras como hace 10 años”, nos confió el artista el día de la inauguración.


Con rasgos escenográficos Muleiro compone un cuarto habitado por elementos conformes a una realidad conocida como una cama con un cuerpo recostado encima, suponemos durmiente; una mesa de luz; un espejo de pie; una alacena; a la vez que los entremezcla actuando como “un chamán urbano que conecta mundos” (lo describe Zapata), con cabezas y manos de seres fantasiosos y/o siluetas fantasmagóricas que seguramente al prender la luz desaparecerían.
Las obras expuestas incitan a atravesar la vulnerabilidad de lo íntimo, acompañados de “elementos que custodian los instintos más naturales y se manifiestan en los corredores sin resguardo” resume el texto que acompaña la muestra.

Ya desde la vidriera de la galería, el espectador vislumbra esta invitación hacia lo desconocido. Así como Alicia ve al conejo blanco y decide seguirlo por un hoyo en la tierra descendiendo varios pisos, el visitante descubre desde la calle dos piezas pertenecientes a la serie Los Hermanos. Muñecos coloridos —trajes pintados a mano que el artista usó para un video en 2011— que funcionan como cebo y atraen, haciendo que pique la curiosidad y bajemos las escaleras, dos pisos hacía adentro de la tierra, para poder ingresar a la galería. Luego la travesía despierta diversas sensaciones: moviliza, incomoda, tensiona. “Es tan estático que asusta” le dijo una chica a su compañera mientras apreciaba las obras desde una esquina. La quietud de la escena angustia ya que parecería que todo está a punto de moverse, apenas le quitemos los ojos de encima. Arriba y abajo, del derecho y del revés, no hay leyes que apliquen en este escenario, todo es válido.
Y el espectador espera paciente, mientras recorre visualmente el espacio, a que el doble del artista, ese muñeco colorido acostado sobre la cama sin colchón se despierte y nos diga que todo está bien, que ya podemos subir hacia la calle y regresar a la normalidad. Pero parece que nos dejará con las ganas.
¿Será que todo es un sueño del maniquí durmiendo?