¿Qué sucede cuando nuestras máscaras dejan de ocultarnos?
La sensación que se tiene al ingresar a la sala en la que se expone “El Revés de la Armadura”, la última videoinstalación de la artista argentina Silvia Rivas, es de pura tensión y desconcierto. Grandes paneles verticales muestran mujeres vestidas únicamente con lo que parecen ser bolsas de plástico. Sus movimientos son mínimos, repetitivos e inútiles. No van a ningún lado ni parecen estar realizando ninguna acción concreta, por lo que podríamos pensar al movimiento de los personajes como mera evidencia de su estar en el espacio. La imagen está acompañada de los sonidos que realizan las mujeres: gemidos acompañados del rozar del plástico que generan sus extremidades al tocar su torso.
Si la primera acción es bastante inocente (una mujer parada sobre unos pequeños paneles que emulan baldosas, que flotan sobre la nada), las últimas son mucho más perturbadoras. En la segunda serie de paneles vemos como dos personajes se ahogan en su vestido de plástico, hiperventilan y gimen, pero no logran arrancárselo. En la última una pila de basura engulle a los personajes, de los que solo vemos una mano desesperada intentando salir a la superficie. Como si fuera poco, y como guiño al espectador, Rivas trasladó uno de los elementos presentes en los videos al plano de realidad que habitamos nosotros: una bolsa igual a las que visten las mujeres está colgada en el medio de la sala. Podríamos interpretarlo como un intento de la artista de potenciar la identificación que se tiene con lo representado: el reconocerse a uno mismo en las figuras desesperadas que intentan arrancarse sus vestiduras transparentes e inútiles.
Los vestidos, las armaduras, no cumplen su función principal: no las protegen de la realidad externa ni de la mirada voyeurista que las rodea. Parecerían ahogarlas, llenarlas de desesperación, para finalmente engullirlas. Sin embargo, y aquí vuelvo a lo mencionado anteriormente en relación a la acción inútil, las mujeres no parecen querer arrancárselas de una vez y para siempre. El intentarlo es suficiente. Esto nos lleva a pensar que, aun siendo las armaduras más ineficientes del planeta, son necesarias. Incluso si las llevan a una muerte segura.
En uno de los paneles vemos un pequeño poema: “lo que es de uno se da vuelta como un guante, se exhibe como un algo pegajoso, incómodo, sobrante. Propio”. El texto curatorial que acompaña la exposición afirma que en esta videoinstalación el soporte se evidencia como una poética en sí misma, la cual propone una integración del ser humano con su entorno y con la materia transformada. La fragilidad de las mujeres queda expuesta ante un escrutinio que no tiene piedad. El paso del tiempo (eje de muchas de las obras de Rivas), aquí se experimenta de forma bastante particular: el tiempo cíclico de la acción inútil repetida una y mil veces, hasta llegar al inevitable final. La instalación envuelve al espectador en una operación en la que el diseño de sonido es de vital importancia: los gemidos y el roce constante del plástico aumentan la tensión y, en una maniobra bastante sinestésica por parte de Rivas, el encuentro con el plástico real colgado entre los videos parecería no solo verse, sino también escucharse. Simplemente excelente.
Fundación Andreani, Av. Pedro de Mendoza 1987, La Boca, CABA.