La escritora aclara el peculiar concepto que ambos comparten: el arte es creencia, cuya fortaleza dio el resultado de extraordinarias ganancias acumuladas en el inmenso horizonte global. El artista siempre aspiró al impacto internacional que supo obtener sin duda alguna y que acompaña, tan provechosamente, su conocido temor a la muerte. A quien lidió, en el trabajo diario, con cadáveres, le agradan sobremanera el terror, las contradicciones, quizá tanto como el reconocimiento superproductivo. Contestando preguntas declara considerarse honesto y fiel a sus convicciones. A muchos artistas no les interesa la plata, comenta, pero no es su caso. Más que el dinero, lo atrae el lenguaje del dinero. Lo ha demostrado.
A todo esto yo no dejaba de pensar en la pata levantada del animal vaciado. Recordé que al Presidente Obama salió a acusarlo una sociedad protectora de animales cuando ante la televisión que lo filmaba, el mandatario mató a una mosca que rondaba cerca. Pero esto es muy distinto, razoné, esa gente no se va a meter aquí, seguramente. Lo de Hirst es arte, o por lo menos se lo cree. Ahí está, es pura creencia. Creer o no creer, casi un dilema macbethiano. Por otra parte no seamos hipócritas, diariamente asesinamos a los pollitos que nos comemos sin complejos, pero no es lo mismo, se admitirá. De pronto me decidí y fui corriendo a comprar el libro de la socióloga.
Desde el inicio están prolijamente enumeradas seis funciones básicas del circuito del arte: artista, galerista o marchand, curador, crítico, coleccionista o subastador. A veces se mezclan. Parece lograr crédito una firme opinión: nada es más importante que el arte. Pero ocurre que no se trata sólo de la producción del artista. Una obra, afirma Thornton, no aparece sino que “se hace”, y no se hace sin lo que sucede “alrededor”. Demás está decir que esos alrededores o contextos ocupan casi la totalidad del libro. Entretanto las obras “lucen como arte”, con una visibilidad que le corresponde más al contexto que a ellas. En el libro es determinante esa oscilación entre lo que una obra de arte es per se, y lo que la hace existir socialmente. Respecto a su organización narrativa, cabe aclarar que se articula en 7 relatos, 6 ciudades y 40 ó 50 entrevistas por vez, progresando por contextos antitéticos. Por ejemplo, a la publicidad aristocrática de ciertas subastas le sigue la recoleta vida estudiantil universitaria y así para los otros temas. Hay para elegir.
Por lo pronto, las famosas subastas de Christie’s y Sotheby’s, dos al año en Nueva York y tres en Londres, de indiscutida trascendencia internacional. Se describe el tira y afloja de las inminentes compras de objetos ordenados por lotes. Grandes cantidades de dinero son ofertadas por quienes a menudo no están presentes; los que sí lo están pertenecen, como aquéllos, a un mundo de notables, notablemente billonarios más que millonarios. Con ritmo literario ágil, Sarah Thornton desgrana una serie de conversaciones tan glamorosas como triviales entre gente conocida que tiene asientos marcados, siempre de acuerdo a categorías graduables, obviamente económicas. Ninguna democracia, qué tiene que ver acá, y no es una ironía porque se trata de pura lógica, el mejor lugar al que tiene más. Más dinero, más plata. Hay una escrupulosa descripción del que dirige la batuta de todo eso. La escritora nos comunica – en la intimidad de un intercambio cómplice que los seduce a ambos- que está lleno de terror en los minutos previos aunque luego se hará ver enteramente seguro. Casi un predestinado que conoce al dedillo el rol que se espera de él, presencia autorizada, sequedad elegante, golpeando su martillo – no sin argucias previas de alto nivel- con toque firme y resonante. El fin, la venta (o no).
Entre las innumerables charlas me preocupaba un tema implícito, el tiempo de lectura del arte. Aquí nada de estar dándole vueltas al por qué lo que se elige es arte, más allá de emociones fulmíneas. Sería perder el tiempo y salvo alguna experiencia muy cálida, predomina la sensación de que la mayoría no lo tiene. Ya lo ha empleado amasando fortunas. Muchos han ingresado al mundo del arte, se lo hace notar, cuando sospechan una inversión excelente. Hay que entender por otra parte que la intensidad de las relaciones sociales -asunto central- arrastra gran parte de la existencia. Y esto probablemente no cambie aun cuando el poder adquisitivo de varios se haya reducido hoy a la mitad. Con talante ya algo combativo proseguí mis reflexiones: ¿ cuánto le cuesta al artista hacer lo suyo? La vida. Cuando a Umberto Eco le preguntaron si era posible determinar el valor estético de una obra literaria contestó que sí, pero empleando mucho tiempo. Lo mismo expresó un gran Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes, el ingeniero Basilio Uribe, refiriéndose a las dificultades para discernir el valor de una buena poesía.
Presté mayor atención a afirmaciones que en realidad definen las estrategias discursivas. Ya se anotó la concepción fideísta pseudoreligiosa. Trae consecuencias fuertes: contra la palabra, contra la lectura en beneficio de una “oralidad resultante”. ¿Para qué está la televisión, para qué YouTube? El relato se explaya en coleccionistas que deciden por instinto “visceral”, por cierta intuición que se aparta de lo intelectual como del demonio. Sin embargo, en más de una ocasión hay alusiones a lo que es “pensamiento”. ¿Sin palabras, sin conceptos expresos o mentales? Habrá que ver. Habría que aceptar también que el conflicto de discursos forma parte esencial de la realidad, para nada ajena a las grandes polémicas que han nutrido al arte desde siglos. Ante la singular creencia irreflexiva, a veces resultan más incitantes las complicaciones de nuestra denostada política o las arrebatadas discusiones del fútbol, que tanta cosa o cosita del llamado arte contemporáneo.
Pero no se ha pronunciado aún la palabra mágica: el mercado. Es el trasfondo de todo lo que se narra. Para el mercado, que intrínsecamente no sabe lo que es arte (cada variable tiene leyes propias), la cuestión no es que el arte valga millones, sino que lo que vale millones es arte. Muy distinto. Lástima, porque lo estético tiene cierta peculiar indefinición inmune a reduccionismos. La autora no deja de advertirlo. El mundo del arte remite a una economía simbólica mucho más amplia que el mercado, asegura. De tanto en tanto reitera, tímidamente, preguntas sobre qué es el arte, cómo definir una gran obra de arte, etc. etc. sin respuestas convincentes. El hecho es que muchas observaciones perspicaces se neutralizan rápidamente ante la avalancha de continuos diálogos, la confusión de estímulos y la persistente interacción social, así como la excesiva cantidad de nombres. ¿Qué resulta ser “el mundo del arte”? la colaboración del artista con el galerista (figura clave), su conspirador en diálogo honesto y de “control discreto”. La inquietante observación queda en el aire. Hay críticas aisladas sobre” ir donde sopla el viento”, denuncia de posibles manipulaciones… Las anécdotas van y vienen.
Un volumen que se definió como “una muestra sintética y representativa de un período extraordinario en la historia del arte”, ostenta una excepcional cantidad, nunca vista, de situaciones y escenarios. Ir a la Feria de Basilea, estar allí en el momento y la ocasión justa puede definir un estilo de vida, donde el coleccionismo, hoy, le saca ventaja a una curaduría otrora ineliminable. El estrépito del Premio Turner, de la TATE, caracteriza un evento nacional que con sus escándalos conmueve al entero universo. Allí la reiterada pregunta -¿esto es arte?- ya parece un chiste. Leídas con provecho, las andanzas de Murakami a esta altura no resultan un secreto para nadie (que se ocupe de estas cosas). Leyendo con expectativas un capítulo sobre La Revista, nos enteramos de que en Artforum algunos llegan muy tempra
no y se van temprano, otros al revés, intercambiando con la autora un sinnúmero de charlas sin que falte alguna declaración resonante: “el noventa y cinco por ciento del arte contemporáneo no puede ser tomado en serio”, a cargo de uno de los directores, Richard Guerino. El dueño principal, Tony Corner, recomienda con valentía no seguir la ruta del mercado. Exige, ante todo, integridad. Alentador.
Con entusiasmo me lanzo a La Biennale. Me trae recuerdos. Resulta eficaz la descripción de los Giardini, de los pequeños edificios de respectivos países -no el nuestro por torpezas sabidas- la referencia al Arsenale, a cuya condición de Aperto asistí hace años, la reminiscencias del Arte Povera, las declaraciones serias y coherentes de Robert Store, las de Andrea Bonomi, un viejo conocido. Es auspiciable la heterogeneidad y polifonía de centros, nunca un centro único, etc. etc.
Se me ocurrió de pronto que quizá no sea siempre imprescindible la referencia internacional. Claro que nos gustaría evaluar, pensé con ánimo algo malévolo las pinturas de Hirst, de la Serie de 600, “obra única”. Sin comentarios. Mejor la fidelidad italiana al Arte Povera. Hace años pudimos palpar aquí, en el Museo Nacional de Bellas Artes, el silencio sobrecogedor de Kounellis, sus bolsas negras de carbón -de la posguerra italiana-, sacos oscuros y anónimos colgados de un clavo, las jaulas de pájaros callados… Asimismo de Kounellis: un grupo de caballos sueltos en el espacio de una exposición europea. Caballos liberados, vaca estrangulada… Un ejemplo argentino más reciente fue Mario Merz, en Proa, por iniciativa de Adriana Rosemberg. De todos modos, a juicio de la escritora los circuitos internacionales que realmente cuentan se reducen a Londres, Nueva York, Los Angeles y Berlin. Seguro que hay artistas remarcables en Milán, comenta, pero lo que se dice de ellos no sale de Milán. No queda otra, Maurizio Cattelan es el nombre, el hombre. Ni que se tratara de Leonardo. Tiempos de cultura mediática globalizada – con grietas, lo sabemos, ya visibilísimas.
Aclaremos, a pesar de tener la suerte de encarnar una raza ignota latinoamericana, nuestros envíos a La Biennale son reconocidos. Yuyo Noé este año y hace dos, premiado, León Ferrari. No es superfluo recordar que Noé, con su plástica pensante y su pensamiento plástico inventó, en ambos casos, una concepción deconstructiva sobre el caos sin interesarse mínimamente por Derrida. Arte y pensamiento se alían, a veces. En la actualidad confirman ese tipo de aporte algunas teorías estéticas y semiológicas (remiten a Kant, a Eco, a Peirce) dedicadas a clarificar condiciones creativas originarias, a partir de un “iconismo primario”. Son puntualmente aplicables al surgimiento de la imagen cuando la articulación sensorial conceptual persigue justamente esa interacción, inventándola en libre juego. Podemos verlo, en estos días, con los jóvenes de Mondongo, en la galería Benzacar bajo la dirección de Orly. Entre estupendos retratos comparé una calavera de grandes dimensiones con la de Hirst, muy difundida, repleta de diamantes y vendida en un centenar de millones. La de los argentinos lleva originales y variadísimas incrustaciones de plastilina con fragmentos múltiples, dibujo exacto y riqueza de tonalidades junto a iniciativas conceptuales contundentes. Emergencia icónica introducida a nivel ideativo y sensorial inéditos – no sin la elaboración de un “esquema” (análogo al de la tercera Crítica), cuya función es justamente coordinarlos mediante el empuje de una imaginación “trascendental”. Aquel pensamiento sin palabras que había quedado pendiente no es otra cosa que pensamiento convertido en visibilidad impactante, presente ante ojos que ven y entienden.
Estos siete días de Sarah Thornton le insumieron muchísimo trabajo y tiempo, entre relaciones públicas, investigaciones, entrevistas y viajes. Se lo agradece. Además incita a pensar en otras cosas que las que dice. Es su primer libro. Esperamos el segundo.