Quedó inaugurada la exposición de María Massone en el Centro Cultural Paco Urondo, de la Facultad de Filosofía y Letras con la asistencia de muchísimos colegas y amigos que siguen la trayectoria de esta multifacética artista.
“María, ella misma, en su persona ha concebido un espacio único que funciona con ella misma”, comentaba Mercedes Rodrigo mientras Marcelo Rivarola asentía y agregaba “sus obras, de la serie Las mujeres transexuales, despiertan algo interno que sabemos que está mal, pero que tardamos en aceptar y cambiar.”
Desde otro lugar, Alberto Perrone, miembro de la Asociación de Críticos de Arte, sintetiza en la siguiente nota el sentido de la serie “Ofrendas” de María Massone.
Formada en vitraux y escultura con Carlos Herzberg, en esmalte con Vallejos e Iñiguez Aguilera y grabado con Lucrecia Orloff, el ímpetu de María Massone la llevó a personales cursos de soldadura, arenado, pintura, joyería, fotografía, soplado y herrería, entre muchos más. Una constante actividad de estudiosa interdisciplinaria, nunca conforme con sus saberes que quizá le demoró su bienvenida irrupción en la escena nacional. Parte de esa rica diversidad de intereses y saberes son los mismos que exhibe ahora en el sustrato de su propuesta estética, y atiborran sus más íntimos deseos al ofrecerlos desde la vulnerabilidad de un oficio alerta, una mirada insomne hacia los colectivos marginados en el extremo de una sociedad, que según precisa la creadora, tan sólo postula el cuerpo hermoso de la mujer para el consumo masculino. Al fin, esta apasionada de saberes y reivindicaciones, -académicos, sociales-, se encamina a ahondar con sus obras la problemática de las mujeres transexuales para lo cual propone pinturas con alusión pop, máscaras expresionistas de caucho, hierro forjado, hasta lo instalable.
El nudo primordial son los seres humanos que nacen anatómicamente hombres pero se siente mujeres. Y también muestra otros volúmenes, ensambles y grabados, -los más altos logros-, uno de los cuales es el homenaje a la desmesura vitalista de Paul Gauguin, recreando a gubia y taco perdido, una de sus más célebre pinturas de las mujeres del paraíso encontrado de Tahití.
Además, Massone acerca un virtual y silencioso diálogo donde unas ciertas damas pueden existir acaso, solo en ese febril imaginario suyo que, en esta ocasión, descorre para el espectador rendido por tanta extrañeza. Y son llamativas todas y cada una de las propuestas, coruscantes, diversas, ninguna leve, más bien densas y saturadas incluso las que bordean el humor o, lo menos elaborado. La originalidad de esta curiosa creadora es irradiar un compacto sentido de lo buscado tanto como aquello que el azar le revela, y viene de su mano a la superficie y es puesto bajo el foco de una luz cruda, implacable.
Seleccionadas y premiadas algunas de sus obras en exposiciones donde ha concursado, la investigadora del Conicet devenida artista plástica, comenzó a tener sus adherentes y compradores pero en esta ocasión, según manifiesta, el reto fue afirmar la diferencia de género, por lo cual “las obras no están a la venta-, a fin de que la industrialización de la cultura impuesta por el capitalismo no termine exacerbando las desigualdades y aplastando las diferencias (para que) las mujeres transexuales finalmente encuentren “una casa en este mundo”, declara. En definitiva, para dar con su actividad un combate inclaudicable, en línea con la propuesta de aquel Goethe quien postuló que antes de cantar el poeta debía vivir. El resto, lo oscuro, lo innombrable, Massone se lo deja a quienes nunca sabrán de qué se trata el sufrimiento, la esperanza al fin, que exhibe el arte. Invitados especiales: Julia Amore, María Florencia Ugartemendia y María Florencia Carboni.
En el Centro Cultural Paco Urondo, de la Facultad de Filosofía y Letras. 25 de mayo 201. Hasta el 24 de septiembre.
Alberto Mario Perrone, de la Asociación de Críticos de Arte.
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