En este artículo presentamos a Daniel González, artista argentino afirmado internacionalmente, quien ha consolidado el concepto de arquitectura efímera como el signo que lo distingue. Desde su estudio en Italia prepara para el Museo MAR su primera muestra en Argentina.
“¿LA FUNCIÓN DEL ARTE?: CAMBIAR RADICALMENTE LAS PERCEPCIONES”
Por Ana Laura Espósito desde Milán
Daniel González (Buenos Aires, 1963) vive y trabaja entre New York y una pequeña ciudad de doce mil habitantes llamada San Pietro in Cariano, en la provincia de Verona, a sólo quince minutos de la estación de trenes Verona Porta Nuova a la cual llego puntual en la línea de alta velocidad desde Milán. Sigo las indicaciones de Elena Girelli, asistente de González desde hace cuatro años, quien restituye un cierto orden lógico al universo del artista en el cual impera la creación de mundos irracionales y energéticos.
Camino hacia la puerta principal de la estación: un edificio racionalista reconstruido después de la destrucción casi total durante la Segunda Guerra Mundial. Inmediatamente intercepto la mirada de Elena que me busca con una expresión amigable y entusiasta. Nos saludamos dándonos la mano. “Daniel está llegando exactamente en tu mismo tren”, comenta. Vuelve de una residencia artística en Cosenza, al sur de Italia, invitado por el crítico y curador italiano Giacinto di Pietrantonio. Segundos después González entra en cuadro y nos reconocemos en ese particular y marcado acento argentino de un italiano correcto conquistado con los años. Se inaugura en ese instante un encuentro que se extenderá por varias horas en un mar de preguntas y respuestas. Pasamos del registro profesional a la conversación amena del café. Se produce un efecto singular, como una especie de estratificación del discurso que se mece entre uno y otro idioma en modo discontinuo. Abundan neologismos. Horas después nos confesaríamos la dificultad de expresarnos sin titubeos en nuestra lengua materna.
“En Verona me siento como en casa”, comenta González mientras nos dirigimos al auto de Elena en el rol de experta anfitriona. El calor agobiante del verano no nos desmoraliza y el trayecto hacia la casa-estudio se revela ameno y rico de intereses compartidos. Como sucede siempre en las rutas que llevan de una a otra parte de Italia, el paisaje evidencia siglos de civilización ya sea en las viñas centenarias del Valpolicella o en las cúpulas de las iglesias que preanuncian el corazón de un centro habitado.
Minutos más tarde desde la ruta capilar se abre un camino de tierra que nos conduce a una típica cascina –una estructura agrícola en sus orígenes–, una casa austera y encantadora inmersa en el verde con suficiente espacio para favorecer la convivencia del binomio casa-lavoro. El trajín cotidiano se desenvuelve en dos niveles: en la planta baja el espíritu de orden administrativo se conjuga con las huellas de un permanente work in progress cuyo centro operativo se encuentra en el piso superior al cual se accede por una escalera angosta. Un viaje en pocos segundos de la racionalidad al universo estético. El paisaje agreste que persiste a través de las ventanas se esfuma en la medida que alejo la mirada hacia el horizonte. Pienso a Leonardo Da Vinci, sus estudios acerca de la óptica y las consecuencias en su estilo pictórico.
Los materiales de trabajo de González restituyen a la atmósfera un clima de fiesta y confiesan el inconfundible estilo del artista en el cual arte y moda dialogan adquiriendo el protagonismo alternativamente. Lentejuelas, una máquina de coser, pasamanerías, canutillos y más de cincuenta cajas que custodian zapatos extravagantes y geniales. “Estos zapatos son piezas únicas presentadas con una performance muy transgresiva durante la Fashion Week de Milán del 2015”, comenta. Se trata de Aaaaaaahhh Anthology of a Liar (2015), provocadora y de una sensibilidad turbadora, las intérpretes caminan de un lado a otro de la pasarela al ritmo de un grito primordial. El público inquieto se debate entre permanecer y escabullirse discretamente. La connotación que adquiere un objeto del deseo por antonomasia en la sociedad de consumo se yuxtapone con la complejidad de los procesos de construcción de identidad y el estereotipo de lo femenino. González las define “esculturas, obras de arte únicas para vestir” reunidas en su proyecto D.G. Clothes Project y que revela su pasión por el diseño inaugurada en Mar del Plata en 1982 con la creación de la marca Pisquit Sunwear.
Su liason temprana con el arte inicia con lápiz y papel a los cinco años. Dibuja constantemente. Habla poquísimo. En esa inocencia de la infancia que se manifiesta creativa y libre, porque aún ignora las convenciones, se inspira el proyecto Happiness Before Civilization (2010-2013) premiado por la Fundación Pollock-Krasner de New York el año pasado. A partir de estas premisas nacen las piezas de lentejuelas cosidas a mano sobre tela presentadas inicialmente como una instalación de grandes dimensiones en la Pinakothek der Moderne de Munich durante el 2013.
La conversación con González continua con los típicos saltos temporales de un relato que conjuga pasado y presente. Llegamos a 1987, año en el que decide emigrar a Italia. Su trabajo como artista conquista paulatinamente un lenguaje propio subrayando su interés central en los ritos de celebración y la subversión de las convenciones concretándose en proyectos de carácter público. A partir del 2007 inicia a explorar la arquitectura efímera como medio expresivo realizando su primer trabajo en colaboración con la artista Anna Galtarossa, Chili Moon Town Tour (2007), una ciudad utópica flotante instalada en el bosque de Chapultepec en Ciudad del México curada por el historiador del arte y curador de la Tate Modern de Londres, Andrea Lissoni.
Celebrar, preparar y recordar una fiesta son elementos que instauran un rito y reactivan los vínculos con la comunidad suspendiendo momentáneamente el tiempo. «Es un rito de fundación, o más bien de refundación periódica del ciclo vital, del mundo, del orden cósmico», escribe el etnólogo Vittorio Lanternari. Aspectos que atraviesan la poética de González y que caracterizan el proyecto Pop-Up Museo Disco Club (2011), una instalación realizada para la Bienal del Museo El Barrio en 2011, en la cual el tiempo es transformado en dimensión celebrativa permanente dotando de nuevos significados el espacio bisagra que separa el museo de la vida en la urbe. Observando el trabajo de González, luego de una pausa en la que desmembrar analíticamente las componentes de una pieza se vuelve mi juego favorito, estoy casi convencida que la clave está en la fruición. La obra no es tanto el objeto sino la experiencia. ¡El ritual es la misma percepción estética! El observador participa descubriendo cada uno de los elementos y reintegrándolos dentro del propio horizonte de significados.
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El vínculo entre artista y espectador, la fusión arte-vida, la acción, la performance, la transgresión y el uso de medios expresivos como el ensamblaje y el objet trouvé recuerdan al Cabaret Voltaire y Dadá. Por otra parte, la apropiación de elementos de la cultura de consumo remite a la Pop Art reactualizados en clave de sociedad digital. Si solo alguna o varias de estas componentes serán parte de la arquitectura efímera Mi Casa Tu Casa Whatsapp Argentina (2018), lo descubriremos en breve. El proyecto, para el cual González ya se encuentra trabajando y que se presentará a fin de año en el Museo MAR de Mar del Plata, “involucrará directamente al público en el proceso creativo”, anticipa el artista. Puede leerse en su mirada intensa y llena de vida una combinación de entusiasmo y expectativa. Asiento con un gesto silencioso y pienso en la marea de sentimientos contradictorios que emergen una y otra vez cuando se vuelve a la tierra natal. Escapo del soliloquio y aclarándome la voz enuncio mi última pregunta: “¿La función del arte?: cambiar radicalmente las percepciones”, responde.
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