Artistas de Baro Estudios
“El Taller, un cuarto propio para crear”, con curaduría de Gisela Asmundo y Luciana García Belbey, se puede visitar hasta el 11 de abril
En uno de los ensayos feministas más conocidos de la literatura universal, Virginia Wolf afirma que una mujer necesita un cuarto propio para poder crear en libertad. Varios conceptos se entrecruzan y se combinan en su análisis: la potencialidad de la privacidad, la libertad que trae consigo la soledad y el silencio de una habitación propia y el hecho innegable de que la creatividad necesita de cierto espacio físico para poder materializarse.
Estudios Baro funciona de esa manera para las personas que habitan sus espacios. Fundado por Antonella Agesta y Dani Raggio, esta casona restaurada del siglo XVIII se convirtió en punto de encuentro, debate e intercambio. Un espacio que reproduce el ideal wolfiano de un cuarto propio (cada quien tiene su taller), pero que le agrega una nueva dimensión: el contacto con otras artistas.
En la exposición “El Taller, un cuarto propio para crear: artistas de Baro Estudios”, actualmente en el Centro Cultural Rojas y disponible hasta el 11 de abril, se presenta al público todo aquello que sucede en el interior de los talleres de las artistas. Como si hubiera un contacto directo entre aquella casona ubicada en Constitución y las paredes blancas del Rojas, el espacio de la expo reproduce la individualidad de cada una de ellas y la retroalimentación presente en los contactos que hay entre las propuestas.
Las obras expuestas son sumamente diferentes entre sí. Antonella Agesta recurre a la pintura figurativa al óleo en sus piezas. Lo fantasioso, el deseo y lo bello se combinan en estas pinturas, que son ligeramente reconocibles (debido a la figuración), pero que no dejan de ser sumamente originales.
Dani Raggio trabaja en cerámica. En esta ocasión expone una serie de grandes jarrones con frases tatuadas, que exploran aquellos mensajes a los que recurren las personas cuando una relación llega a su fin. Algunos incluyen elementos punzantes o cadenas, los cuales no solo hacen referencia a la protección y al “encadenamiento” que supone en muchas ocasiones vincularse con un otro, sino que también contrastan muchísimo con la fragilidad de un material como la cerámica.
María Florencia Bruno realiza exploraciones con materiales tizosos, usándolos de forma lineal o de extendida dependiendo de la obra. Recurre a experiencias propias concretas y las traduce al lenguaje pictórico abstracto, creando piezas que, por su dimensión y por la sensación inmersiva que provocan en el espectador, son sumamente movilizantes.
Estefanía Arias explora el vestido como elemento discursivo. Los pinta al óleo sobre lienzo, inspirándose en vestidos que la acompañaron en momentos específicos de su vida y que tienen una carga simbólica y emocional muy fuerte. En una exploración que podría remitir a Joseph Kosuth, Estefanía expone el vestido real y la representación del mismo, provocando que la falta de un cuerpo que lo habite (en la pintura y en la realidad) generen una sensación de extrañamiento en el espectador.
Melina Lo Bue se enfoca en los distintos escenarios del mundo vegetal. Recurre a la técnica del grafito, interesándose por los detalles que componen los vínculos entre especies y que forman el todo de la obra. Esas uniones, afirma la artista, no son necesariamente filiales o evolutivas, sino que parten de la experiencia, en muchos casos azarosa. En la expo también se incluyen piezas en bronce, que replican, conectan y vinculan las relaciones presentes en los dibujos.
Laura Antonella Cantisani recurre a la pintura acrílica y al óleo, representando a través de estos materiales fantasías o situaciones no superadas de manera abstracta. Crea mundos exóticos, que replican estados emocionales. Nuevamente, la dimensión de estas pinturas y la sensación de inmersión que tiene el espectador provocan que haya una conexión sentimental y emocional casi inmediata con la obra.
Vico Bueno realiza reinterpretaciones de fotografías, estirando la línea que separa ficción de realidad hasta convertirla en una sumamente difusa. Trabaja con dualidades, principalmente en la paleta de colores y en la contraposición alejamiento-cercanía a la obra que debe tener el espectador. La artista esconde mensajes ocultos en sus piezas que no son visibles en el primer acercamiento, sino que dependen de la luz y de la posición en la que se encuentra quien mira la obra.
Las obras de Nazarena Mastronardi se componen de telas desteñidas con cloro o lavandina. Si bien parte de bocetos de ilustraciones botánicas, busca correrse del rigor científico que éstas proponen y crear piezas más libres y orgánicas.
Las técnicas a las que recurre Ailín Macia son múltiples y diversas. Realiza maquetas, intervenciones a objetos que encuentra en la calle. También trabaja con los patrones y las molduras de las casas. Afirma que su práctica fundante es el dibujo, creando figuras que luego pueden extrapolarse a otros soportes.
Por su parte, Tamara Goldenberg expone “Paseos”, una serie de fotografías. La memoria y la herencia cultural son temas claves en estas obras, atravesadas por la eterna contraposición entre ficción y realidad que fue objeto de estudio de esta disciplina desde sus inicios.
“El Taller, un cuarto propio para crear” se puede visitar hasta el 11 de abril en el Centro Cultural Rojas. Corrientes 2038, CABA. La entrada es libre y gratuita.