
Desde principios de los años setenta, la obra del artista y arquitecto Horacio Zabala instaura una línea analítica, en la que cárceles, laberintos, cartografías y diarios emergen como espacios dialécticos. En estas obras, Zabala conjuga el lenguaje hiper técnico (propio de la Arquitectura) con la búsqueda artístico-filosófica para construir una mirada crítica sobre la realidad político-social argentina y latinoamericana. Con curaduría de María José Herrera, la exposición Una serenidad crispada reúneobras realizadas por Zabala desde su participación en el Grupo de los Trece (1972) del Centro de Arte y Comunicación (CAYC) hasta fines de los años noventa, que evidencian el compromiso ético/estético del artista y el poder simbólico de las imágenes.

Siguiendo un orden cronológico, la serie Este papel es una cárcel (1972) constituye el punto de partida para recorrer la exhibición. En estas obras, Zabala combina imagen, lenguaje y objeto para problematizar los límites de la expresión artística y de la práctica del diseño. Luego, en la obra Art is a jail ad infinitum (1972) el enunciado toma otra dimensión, en la que el lenguaje y el soporte bidimensional simbolizan los límites del arte como institución. A su vez, esta obra conceptual es llevada a una instancia proyectual en la serie de anteproyectos carcelarios y de cárceles para artistas, en las que Zabala contrapone el aislamiento creativo, propio de la acción en el taller, con las restricciones de la institución artística y, principalmente, del contexto represivo de los años sesenta y setenta. Así, las formas orgánicas de los sujetos y de la naturaleza se pierden en lugares aislados y en la estructura rígida de las celdas individuales, que constituyen espacios no habitables y alienantes.



En consonancia con las prisiones, los anteproyectos de laberintos monumentales, que pertenecen al material inédito de Zabala, encarnan espacios lúdicos y autoritarios. Los laberintos como espacios lúdicos remiten a estructuras ornamentales, realizadas con vegetación, en las que el acto de perderse es un divertimento. Sin embargo, la mayoría de los laberintos de Zabala carecen de centro y esta ausencia permite ahondar en la idea de una búsqueda sin descanso. Desde un punto de vista introspectivo (y borgiano), la estructura laberíntica representa la mente y perderse en cada línea, el camino para descubrirse a uno mismo. En contrapartida, perderse en un laberinto monumental de paredes sólidas, diseñado sin una salida, constituye una experiencia corporal y un elemento de tortura. En estas construcciones autoritarias, la vista en planta remite a una estructura panóptica, de vigilancia continua.
Por otro lado, las cartografías llevan a un espacio reducido las tensiones sociales y políticas de América Latina y, como Torres García en América invertida (1943), cuestionan las convenciones que invisibilizan al sur global. A partir de mapas escolares y dibujos intervenidos, Zabala enfatiza en la dinámica de “mostrar ocultando”: prende fuego las capitales de los países del Cono Sur (El incendio y las vísperas I, Beatriz Guido), quema la región (Fuego en América del Sur) y oculta a América Latina con recuadros azules (Obstrucción del Sur, Ocultamiento de América Central). Así, el artista visibiliza las diferencias históricas de poder entre el Norte y el Sur y la proliferación de gobiernos dictatoriales en la región.

A su vez, en la actualidad las obras de Zabala pueden interpretarse como denuncia de los incendios y la deforestación en el Amazonas (iniciada en la década del setenta), que involucran tanto el cambio climático como la desidia política. Al respecto, en los años setenta la crisis ambiental ya era un tema de debate en las prácticas artísticas. En este sentido, resulta interesante recordar que en 1972 se realizó la cumbre de Estocolmo, se creó la Asociación Argentina de Ecología y un año antes, el cantante Marvin Gaye lanzó su álbum What ‘s going on?, en el que canciones como “Mercy mercy me” alertan sobre la catástrofe ecológica y las consecuencias de la mirada antropocéntrica.
Hacia fines de los años setenta, Zabala desarrolla una serie de diarios intervenidos, entre los que se destaca la obra Un pronóstico sombrío (1976). En este ready-made, Zabala cubre la primera plana del diario con un cuadrado negro de trazo caótico que imposibilita ver lo que está impreso, a la vez que dirije la mirada hacia el titular de la noticia. Este “pronóstico sombrío” tiene carácter anticipatorio, ya que días después se produce el Golpe Militar y el derrocamiento de Isabel Martinez de Perón. En este caso, la dinámica de “mostrar ocultando” remite a la censura, propia de la época, pero efectuada con un propósito inverso. Con pocos elementos, Zabala genera gran impacto y denuncia la violencia y la complicidad mediática existente durante la última dictadura cívico-militar.

Por último, la mirada del artista sobre los medios masivos de comunicación toma escala global durante su exilio, al incorporar recortes de noticias y publicidades de diarios extranjeros. En este caso, las obras consisten en dípticos que contraponen las páginas de los periódicos originales (que, a su vez, son copias dentro de una tirada de ejemplares) y calcos que duplican su contenido en un lenguaje visual nuevo. De esta forma, líneas de colores ocultan fotografías y frases para revelar las estructuras estandarizadas de los mass media. A partir del análisis de las partes (como en la obra Biopsia, realizada junto a Edgardo A. Vigo), Zabala realiza una crítica a la construcción discursiva y el consumo acrítico de la información que promueve el sistema capitalista. A la vez, recupera el concepto de simulacro desarrollado por el pensador francés Baudrillard, ya que el uso de diarios remite al proceso de industrialización y al surgimiento de la producción seriada como forma de manipular la realidad.

De esta forma, la muestra Una serenidad crispada propone al espectador un espacio de reflexión crítica, que no solo apela a la memoria colectiva sino también, al desarrollo de una mirada analítica sobre el contexto actual. En las obras de Zabala, la estética del arte pobre, que utiliza elementos de uso cotidiano y no convencionales para desacralizar el hacer artístico, evidencia estructuras que suelen naturalizarse, como las fronteras en un mapa o la diagramación de la información en la portada de un diario. Tal como expresa Zabala, “mis intenciones no sólo se orientan a lo que efectivamente se ve, sino también a lo que se piensa de lo que se ve”. Así, crispar la serenidad equivale desafiar la funcionalidad aprendida de los objetos, a establecer un choque de opuestos y a encender una chispa disruptiva que provoque cuestionamientos.
Información:
Una serenidad crispada puede visitarse hasta el 12 de agosto en la galería MCMC (José León Pagano 2649, CABA), de lunes a viernes, de 11hs a 19 hs.
Felicitaciones Alicia por tu trayectoria como artista.