GABRIELA ABERASTURY: “Hago radio como realizo un cuadro. El artista es un transmisor”
…Y a esas melodías, a esa maravillosa confidencia del Inconsciente al Consciente, la llamamos sentimientos.
Carl Gustav Carus

Entrar a la casa taller de Gabriela Aberastury devela esa intención Bauhasiana superadora para el ser humano. La premiada artista multidisciplinaria Argentina, guardiana y dadora de su tiempo para educar, integra un universo causal en lo cotidiano y su obra como síntesis. Misterios del Alma, simientes eclécticas del Ser. Su crianza en Nueva York, el piano, la danza, la música, la pedagogía, la conciencia y la psicología, lo técnico, lo artesanal y lo espiritual. La formación con grandes maestros, las Becas D.A.A.D y su trabajo en Alemania, los veinte años dirigiendo programas de música clásica. Libertad, la de vivir la danza de la vida como obra maestra en siete décadas de arte, como ofrenda generosa hacia un mundo mejor.
¿De tu contacto inicial con en el arte, qué recuerdas?
De chica decía que pintaba emociones. Un lenguaje abstracto en apariencia, impacta en lo emocional. Conservo una serie de óleos geométricos con colores primarios que hice cuando tenía cinco años. A los trece, hice mi primera muestra de pintura en Galería Galatea, a los 17 una gran muestra en Van Riel de la calle Florida, lugar de reunión de intelectuales y siguieron más. Paso a paso, no me detuve.

¿Qué impronta te dejaron tus padres?
La primera fue ser reconocida. Mi padre era diplomático, vivíamos en Estados Unidos y como familia de clase media, teníamos acceso a buenos materiales. Mi madre me compraba óleos, cuadernitos de papel Fabriano de 240 gramos y variedad de artículos de calidad en librerías de Nueva York.
Por un tema de conversación diaria sobre artes, la conexión era mayor con Fedora.
Además de pintar en casa, iba al taller de una señora húngara que nos contaba cuentos, los chicos pintábamos. Era frecuente que se estudiara danza y piano. Lo hice desde los 6 años hasta los 12, cuando vinimos a Argentina en los años 50.
Fue un shock cultural. No hablaba castellano, me vestía diferente, con zapatillas, bermudas y T_shirts. Un día, yendo al cine con mi padre, no pude entrar por usar pantalones. Toda la situación me retrajo.
Si bien aquí había maestros de danza y piano, estudie un poco y me volqué hacia la pintura. Mi salvación total fue a los 16 años al ingresar a la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Tenía excelsos maestros. Ideal Sánchez en dibujo, Jorge Abel Krasnopolsky, Eugenio Daneri y grandes docentes en sistemas de composición y análisis e historia del arte.

¿Cómo vivencias la creatividad?
A mis setenta y nueve años tengo las mismas ganas de trabajar, aunque lo hago diferente. Veo mi obra de cuando tenía 20 o 40 años y me parece extraordinaria, pero fui creciendo. Hay grandes cambios. La inocencia de la infancia al expresarse se pierde en algún momento.
Reflexiono mucho y si bien técnicamente es complejo, noto que hay salidas que fluyen con esa libertad de cuando era chica. Recursos que afloran naturalmente quizá, tras setenta años de trabajo ininterrumpido.
¿Qué oportunidades trajeron las crisis en tu vida?
Posterior a la del cambio de residencia, tuve una crisis personal y creativa, normal tras la adolescencia. A los veinticuatro años gané la Beca Deutsche Akademische Austauschdienst (D.A.A.D) de pintura en Alemania. Tuve dos maestros fantásticos. El proceso de aprender fue un camino de regreso hacia mí.
Me reafirmé. Supe que esto es lo mío.
Fritz Winter en una entrevista me dijo: “Tu talento es absoluto, hay algo gráfico también en tu producción, pero estás presionada por vos misma. Anótate en el taller de grabado, no pienses en la obra. Es tan complejo el proceso que vas a volver a tu imagen por otro camino”.

Yo solía llorar por mi exigencia. En el taller tuve un maestro grandioso, Heinz Nickel.
Volví varias veces. La Academia te reconectaba con la primer experiencia de beca y la renovaba. En casa de amigos en Buenos Aires había visto litografías de Poliakoff y Tápies, fascinantes técnicamente. Al llegar a Alemania, como las cosas son como deben ser, el taller de aguafuerte estaba cerrado.
Golpeo la puerta de al lado y lo ratifican. ¿Qué hacen aquí, consulté?, litografía dijo Michael Huth. Interesante, me gustaría le dije. Me invito a pasar a pulir una piedra. Luego nos haríamos amigos.
Todo era fascinante en el taller. La técnica de pulido, los movimientos, el sonido sh…sh… Trabajámos en grupo todo el día. Hay algo mítico y de pensamiento mágico respecto a la piedra. Se dice que tiene memoria. Aunque la pulas una y otra vez, al imprimir aparecen imágenes previas.
Las crisis acompañan momentos de crecimiento, períodos de búsquedas. Hace años siento que soy dueña de la situación por mi capacidad de escuchar, estudiar, mirar y de no temer a los errores que devienen en aprendizaje y nuevos caminos.

¿De dónde emerge la exigencia?
Mi madre era muy exigente, mis maestros lo fueron. Estudiar danza, piano, requiere exigencia.
No me agrada dejar algo así nomás. Hoy hay un lenguaje acorde a esta época. Por más que lo pongan de moda, ¿cuánto trapo más se va a colgar me digo? Para alguien que comienza en el arte, confunde que haya obra reconocida, descuidada e inconsistente, sin un pensamiento detrás que la sostenga. Bien distinto es la obra contemporánea interesante de quien llega allí por un proceso en su recorrido.
El talento de la infancia y la inspiración no alcanzan. Hay que estudiar, trabajar y tener disciplina. No todos los momentos son iguales en ánimo, pero así como un buen deportista, bailarín o pianista, necesita disciplinarse y trabajar en repetir e insistir, aquí también.
¿Quiénes te han influenciado en el arte?
Desde muy chiquita fui al taller de Juan Battle Planas. Tenía pocos alumnos. Trabajaba con él a solas sin entender demasiado que me quería decir. Con el tiempo, comprendí la profunda dimensión de sus enseñanzas simiente y del automatismo, que se despliega hasta hoy en mí. Luego ingresé al taller de Leopoldo Torres Agüero, un gran maestro del color.
¿Qué disparadores impulsan tu obra?
Me gusta elaborar la idea de que no estamos solos en el universo, que hay otras inteligencias. En las cajas y varias obras referencio ese tema. El artista es un transmisor. Desarrolla una capacidad de expresarse dentro del lenguaje abstracto o figurativo -sin división para mí – o aspectos de lo social, pero también está la realidad del individuo en sí mismo que necesita de una voz.
El ser humano tiene sentimientos básicos que se repiten de generación en generación en relación a las angustias, los miedos, las inseguridades y las experiencias personales. Necesita conciencia del mundo externo – hoy ultra facilitado por la comunicación- y expresión de lo individual.
He visto personas que se detienen frente a mi obra y se emocionan profundamente. Algo les recuerda un momento y lo expresan desde el llanto. Es lindo conectar una vivencia personal con la de otros.
Hace mucho discutía con un crítico en Alemania sobre las puertas que ha abierto el arte contemporáneo y la obra de impacto y la mirada del impacto.
La gente pasa sin detenerse en la obra ni darse tiempo para internalizar.
Debemos recuperar la capacidad de tener tiempo, de estar serenos, de pensar y contemplar. Más como hoy estamos con los teléfonos. Hasta los chicos, abstraídos por la pantalla, van en auto y no miran por la ventana.

¿Cómo afectó la Pandemia en el uso del tiempo?
La pandemia nos ha cambiado a todos pero no dejé de trabajar.
Vivo rodeada de arte, encerrada, trabajando desde siempre. Seguí así, a pesar de lo que ocurría muy cerca. Se han perdido ciertas cosas. En lo social, hay que reaprender a compartir y a encontrarse con otros. Muchos sufrieron porque no estaban acostumbrados a ese estar hacia adentro. Se evidenció en las relaciones personales. Es un privilegio saber qué hacer con el tiempo.
Antes, en una parada del colectivo, el fumador encendía un cigarrillo. Hoy se llena la espera con el celular. En los medios de transporte pocos leen. Es un poco la sociedad del entretenimiento y la dispersión. Al hablar con educadores, aflora la escasa concentración que tienen niños y adultos.
¿Qué reforzarías en educación infantil?
Mis padres me llevaban a galerías y conciertos. En mi época escolar estatal en Estados Unidos, era obligatorio llevarte a Museos. Teníamos deporte -que incide en el aprendizaje sobre conducta social- una pequeña orquesta y salidas culturales.
Íbamos al Metropolitan Museum of Art (MET). Las maestras tenían material para trabajar sobre artistas expuestos junto a los chicos, sentados en el piso. Una postura corporal impensada cuando vine aquí.
Hubo buenos programas infantiles que incentivaban la imaginación. Ómnibus fue un ciclo de la CBS donde Leonard Berstein les hablaba a los chicos sobre la música.
Es importante mostrar a los niños lo que puede lograr un ser humano. No por la obsesión con lo culturoso, sino por acercarles diversos lenguajes. Un contrapunto a la cantidad de horas que pasan frente al televisor o el celular, una instigación de imágenes pre digerida, por fuera de sus cabezas.
Al estar estimulados permanentemente no pueden estar tranquilos. Parte del aprendizaje del ser humano es lidiar con la frustración. Darles tiempo para ver otras cosas. Educar es dar tiempo también.
¿Qué hace a la identidad de un artista?
Al organizar la obra y su expresión, surgen cantidad de voces, pensamientos y reminiscencias útiles a ese fin, invisibles para el otro. Ilustrar una línea en pequeño formato, difiere respecto a otra de un metro en otro soporte. Hay ideas espontáneas de una belleza que fluye y emociona. Es complejo trasladar un gesto a otro medio, tamaño y materia.
Mientras trabajas, se da algo mántrico inevitable que excede a la elección de la paleta o la técnica. En mi obra en ocasiones pongo un color vibrante, un anaranjado trayendo esperanza en un fondo gris. Como en la película “Mozart. Salieri pregunta, ¿Por qué esa nota ahí arriba, hay necesidad? Y sí la hay.
Cuando era chica me fascinaba un cuadro de Matthias Grünewald que tenía una especie de ente, un pescado enorme. De pronto, noté que en un cuadro mío había algo de monstruoso. Si bien no estaba pensando en Grünewald cuando la hacía, algo de él emergió más tarde.
Cuesta adquirir un estilo, un lenguaje propio. Lograda la identidad, hay que evitar estancarse en primera sin hacer pequeñas modificaciones. Sostener los símbolos, sí, pero desde otras soluciones.
¿Cómo te manejas con el mercado?
Hace años que me dejó de importar en algún sentido. Incide ser independiente y tener equilibrio económico. Hay liberación cuando no se depende de galerías, salones y ventas, sistemas que son parte del trabajo. A la vez, es un descanso dejar que la galería se encargue de tu obra pues todo lleva tiempo.
Nuestro mercado local es más pequeño. Poca gente elige el arte que le gusta. La mayoría está influenciada por cómo se posiciona a un artista. En mercados más grandes, hay artistas para un público mayor que compra lo que le atrae.
Estresa ver a magníficos artesanos cuyas artesanías no son considerados en el mercado como objetos bellos y de valor. No todo tiene que ser “LA” obra. Cuando estudiaba en Alemania tenía una compañera muy hábil manualmente que sufría al sentir que nunca iba a hacer “EL” cuadro. Un día le dije ¿ Y si te transformas en una gran ilustradora de cuentos para niños, no es maravilloso?
En un mercado amplio, debería haber lugar para expresarse por la vía que fuere.
Hay pequeños movimientos que importan. Galerías menores, muestras en casa de amigos y coleccionistas que compran lo que les agrada. Todo ayuda a comprar materiales, a difundir y mover la producción.
Tengo obra en Nueva York, Europa… y aunque aún no hay obra mía en el MET o el Museum of Modern Art (MoMA), cuando me vaya de este mundo, sé que dejé mi trabajo en distintos sectores. En arte, no todo pasa por los grandes lugares del mercado.
¿Cómo iniciaste tus dos décadas de aportes a la difusión de música clásica radial?
Marcelo Morano, hijo del Director de Radio Rivadavia, estaba a cargo de la frecuencia modulada. Me preguntó si me animaba a hacer un programa. Por supuesto respondí, entusiasmada. Vayan al cuarto a conversar ordenó mi madre. En ese momento mis amigos eran músicos.
Así creamos “Los interpretes”.Los lunes y domingos pasábamos a intérpretes argentinos grabados en la RCA Víctor. De martes a sábados, discos. Hicimos diez años este programa semanal con figuras icónicas. Dos leyendas de la radiofonía argentina, Omar Cerasuolo y Antonio Carrizo, Virtú Maragno y Rodolfo Arizaga en los guiones, hoy preservados como material de estudio y enseñanza en la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF).
Organizábamos y grabábamos cuatro conciertos en el Auditorio Belgrano y cuatro en Mar del Plata. En 1978, al llegar al estudio veo el armario abierto. Nos robaron ocho años de archivos de cintas para grabar el mundial de fútbol.
Cuando toman la FM para hacer “Inolvidable”, me manifiestan que la música clásica es un “espanta público” y si podía hacer algo. Entonces renuncié.
A los dos días, Marcelo Morano me avisa que había quedado libre la FM de Radio Argentina. Luego de 10 años de hacer radio, quería dedicarme más a lo mío, pues a la par dibujaba y trabajaba para los bibliófilos. Raúl Zajdmantenía una gran visión y también se interesó. Hicimos otros diez años de radio. Cuando yo iba a comprar la música a Viamonte y Florida, me decían ¿cómo vas a hacer? Yo hago radio como realizo un cuadro. En dos meses diagramé todo y largamos.
Era una época intensa. Un día nos cerraron la puerta y no nos dejaban entrar. Al lograr ingresar, sobre la mesa de la oficina había un arma. Una autoridad se quería quedar con el material discográfico. Hicimos un juicio que ganamos de forma inédita, en un mes.
También nos reconocieron con la Mención Especial del Premio Konex 1989 por la Revista especializada que dirigía Jorge Aráoz Badí de Radio Clásica, con notas internacionales y del ambiente musical local.
¿Qué proyectos llevas adelante?
Estoy haciendo un libro sobre mi trayectoria en 340 páginas, tapa dura, papel italiano e ilustración, junto al editor Ezequiel Díaz Ortiz, con quien codirigí la edición del libro de Norma Bessouet, mi amiga durante 60 años de la que también fui modelo.
Para hacer el libro, volví a repasar mis períodos y creaciones. Cuando se publique en breve, hasta quien me conoce se va a sorprender de tantas cosas que hice.
Desde 2019 continuo una serie de libros en forma de acordeón donde dibujo libremente, en ambas caras. Voy de la geometría al gesto, de la tinta al óleo, diciendo “aquí, todo es posible”.
Estoy colaborando con Silvio Oliva Drys en su proyecto “Punto azul Museo” de Sierras Bayas, Pcia. De Buenos Aires. Silvio tiene una colección de más de 600 obras de artistas. Me ofreció una sala que lleva mi nombre y tendrá obra permanente.
Luego de la inauguración sugerí que también sea un espacio de exposición para otros. No tiene sentido una posición narcisista, hay que compartir. Soy agradecida a tener un libro mío y una sala homenaje en vida.
En el exterior, si el mundo se calma, tendré una muestra en Alemania. En lo local siempre hay movimiento. De abril a mayo un grupo de amigos que amamos los gatos, expondremos obras inspiradas en ellos en la muestra “Con G de Gato”, con mi curaduría en Galería Arcimboldo.
A fines de Junio haré una muestra individual en Salta.
Cuéntanos de tus ilustraciones para bibliófilos y coleccionistas desde 1970.
El libro ilustrado es un mercado poco difundido aquí. Cesar Palui me convocó para ilustrar ediciones especiales de libros. Recibía un texto específico que me desafiaba a crear un universo de imágenes desde las palabras. El proceso me transformaba conforme iba desarrollando la obra.
He ilustrado a Asturias, Bradbury, Breton, Borges, Girondo, Lugones, Molinari, Silber, Semán, Sietecase y Storni, entre otros.
En el caso de “El Aleph”, tardé diez años en decir que sí al proyecto y dedique tres años full time para producir 25 ejemplares únicos. Luego de leerlo varias veces, me “llegaron” las primeras imágenes que comencé a trabajar residiendo en Kassel, Alemania. Cada libro fue elaborado con técnicas mixtas en lápiz, lápiz color, tintas, acuarela, acrílico y gofrado. Poseen un ejemplar la Bridwell Library de Dallas y la Morgan Library de Nueva York.
Muchos años después, trabajando con Gotcha Gaios, me pidió ilustrar a Marguerite Duras, Jacobo Fijman, Pablo Neruda, Virginia Wolf y otros autores más.
¿En qué contexto abriste tu taller?
Fedora daba clases de piano en su casa y alquilaba otro lugar donde daba su “Sistema consiente para la técnica del movimiento” a coreógrafos, profesionales de artes escénicas, de danza, música o teatro. Necesitaba un estudio con amplitud para desplazarse. Le dije que la iba ayudar a tener un lugar sin estar corriendo de aquí para allá.
Propuse comprar una casa. Ambas venderíamos nuestros departamentos. Pasamos por Villa Crespo y vimos esta casa en venta. Estaba derruida. Al llegar al fondo y ella vio que entraba una luz. Esta es la casa señaló, saque el cartel de “se vende”.
El dueño era comerciante. Cuando le dijimos que no teníamos dinero y debíamos vender para comprar, se enfureció. Al día siguiente llamó molesto, diciendo que había soñado con su padre que le indicaba que debía vendérnosla. Nosotras vendimos lo nuestro de inmediato y la compramos en 1981.
Con la familia en contra, que creía que estábamos locas por enfrentar semejante transformación, comenzamos la obra con un arquitecto re diseñando la planta para dar un gran espacio a Fedora abajo.
En un momento quedamos sin dinero. No te preocupes le dije a mi madre, nos vamos a arreglar. Con tantas obras que vi hacer, voy a trabajar con los obreros. Les indicaba que hacer, discutía sobre las caídas de agua, que luego cambiarían con la vida dinámica de la casa.
Dos años después, con ayuda de Raúl Zajdman -mi pareja en aquel momento- y obra que vendí, hice la losa de arriba para mi taller.
¿Que marcó el período donde no pintaste?
Comencé grabado en 1968 en Alemania. Durante muchos años deje de pintar luego de mi crisis a los veinticuatro años. A partir del fallecimiento de mi padre en 1975 empecé a dibujar. Desde 1986 hice litografía Cuando retomé la pintura en óleo, necesitaba la litografía como punto de arranque e imagen central.
Lo importante es que por más que uno se sienta dueño de un lenguaje, no hay línea recta. Se suceden períodos complejos, de gran trabajo, también para entender el proceso interior. “De la mala obra también se aprende”, nos decía Krasnopolsky .Solía hablar de esto con una compañera de Bellas Artes.
Como buenas coloristas, nos preocupaba limpiar el color. Llevaba tiempo ver lo que pasaba y lo que la propia obra te dice para adentrarte en otros territorios, romper ciertos conceptos y desestructurar. Lo cual es una posibilidad enorme que el arte contemporáneo le ha dado al artista.
¿Qué técnica de grabado utilizas ahora?
Monocopia color, me ofrece libertad. No hago foco en repetir, ni cuando hacia aguafuerte superaba cinco copias. El grabado fue la técnica que permitió a la gente acceder a una obra original a bajo costo.
Luego, el mercado tuvo una saturación de estas producciones. Habrías un cajón de una Galería de Berlín, París, New York o China y encontrabas tiradas número 500.
Discutí lo excesivo de esta repetición en la escuela de Alemania. Cada copia es un original, pero como artista no podes hacer mil copias. No obstante, acorde al nombre, una vez en el mercado un grabado de Tápies podía valer 4000 USD.
Actualmente revivimos las heridas de la guerra ¿Qué relación tuviste con la Exposición internacional “Réquiem para una ciudad perdida”?
La muestra excepcional que contó con mi apoyo y traducción es de Wolfgang Luh. Mi amigo en Alemania, compañero de grandes proyectos, luego mi pareja, mi marido y nuevamente amigo.
Él encontró fragmentos arqueológicosdel bombardeo que destruyó Kassel en una noche durante la segunda guerra mundial. Afloraban en los jardines de Weinberg y Rosenhang, cerca de donde vive.
Rescató de la destrucción final y el olvido objetos cotidianos, vidrios, metales, jarros, juguetes, porcelana antigua, para preservar la memoria de lo atroz de una guerra. Una verdad que no se puede esconder ni aunque se entierre a metros de profundidad.
Argentina perdió la oportunidad de hacer esta muestra en el Museo de Arquitectura y Diseño en Buenos Aires (MARQ) porla prohibición de importar libros en la época de la Aduana de Moreno.
“Tiren los libros al agua, los traía para regalar”, dijo Wolfgang. Quizá, separarlos de las reliquias, resolvía el retiro para la exposición, pero venían en el mismo container y no fue posible.
Resultaron insuficientes la invitación del MARQ, la nota en el diario sobre el tema y la prueba de tinta que pidieron hacer en los libros que venían de Alemania, donde sí se expuso la muestra.
Aquí, además de pagar meses de depósito, todo fue una gran pérdida.
¿Cómo percibes el rol de las artes en el bienestar y la paz?
El acercamiento a disciplinas como el arte para la investigación interior, el deporte para aprender a compartir y el psicoanálisis, son soportes fundamentales para el desarrollo del individuo.
Al ser humano lo conocemos a través de su arte. En el arte encontramos al intérprete con sus complejidades y al creador que tiene la capacidad de sacudir en un nivel personal al individuo hasta zonas desconocidas.
Esta cosa loca del mundo moderno, de que solo te preocupe si podrás exponer y vender una obra.
El hacer es importante, la experiencia como acto energético de expresión. Es terrible la angustia de un alumno que te dice que dibuja mal, ¿comparándose con quien, con Leonardo Da Vinci?
Desde la docencia, ves todo lo capaz que puede ser una persona y la distancia entre lo que aprecias como docente y lo que el individuo percibe de sí mismo, en ocasiones bloqueado por lo que el imaginario de afuera dice que debería ser.
Tu dibujo es tuyo, no es mal dibujo. Es importante resistir a la frustración, el camino no es lineal, hay idas y vueltas. Quien llega a ser reconocido está convencido de lo que hace. Es importante que la persona investigue su interior desde el arte y entienda que lo que genera y expresa tiene un valor.
Es importante el trabajo integral de auto conocerse. Mirarse a sí mismo y al otro multidisciplinariamente, desde lo artístico, desde terapias corporales y psicoanalíticas.
La vida es un 50% y 50%. No podemos culpar de todo a los demás. El enojo no es la única vía. Algo usual cuando somos jóvenes y tenemos algo más para darnos cuenta y aprender. El trabajo interior hasta desenojarse con lo que nos pasó en situaciones y golpes de la vida, da una gran paz.
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Di clases desde los dieciocho a veinticuatro años a niños y adolescentes, hasta irme a Alemania. De regreso, me especialicé en adultos que se alejaron por diversos motivos del interés que tenían en el arte cuando eran jóvenes, para que vuelvan a manifestarse creativamente.
Los sábados daba clases en el taller de Guillermo Roux. A los setenta años decidí que necesitaba todo el tiempo para mí. Aunque no des clases, uno da y transmite siempre.
El Aleph para bibliófilos: https://vimeo.com/138117887