
Leo Chiachio y Daniel Giannone son una pareja de artistas visuales queer argentinos. Sus obras exponen los nuevos modelos de familia en la sociedad, y la elección del textil y el bordado son su forma de borrar los límites entre el género y la tarea. Representantes locales del movimiento LGBT, son artistas intergeneracionales que traen a sus obras las tradiciones textiles artesanales, las voces relegadas de mujeres artistas del pasado, los cuestionamientos actuales sobre lo masculino y lo femenino, y la idea de un futuro inclusivo.
¿Cuál fue su primer acercamiento al ámbito del arte?
Daniel: Un dato importante en los dos es que nuestros padres tuvieron oficio, los vimos trabajar con las manos y estaban dotados de motricidad fina. Particularmente, yo nací en Córdoba y mi primer contacto con la plástica fue en la escuela primaria. Fui a un colegio donde las monjas nos enseñaban a bordar tanto a las mujeres como a los varones. Todos los materiales de uso escolar, brillantina, papel crepé, papel glacé, témperas, acuarelas… eran lo máximo que podía haber para mí, un mundo que me fascinaba. Ingresé a la escuela secundaria en el 78, durante la dictadura militar, y perdimos la libertad de hacer, practicábamos un dibujo técnico. En ese momento, miraba con mucha añoranza la etapa anterior. Luego, en la fase universitaria, a la mitad de la carrera de Economía, me trasladé a Buenos Aires por un tema laboral y empecé una formación de taller. En el 2003 conocí a Leo y desde ahí decidimos trabajar juntos. Nuestra trayectoria era en pintura, pero nos interesaba usar un lenguaje con el que pudiéramos aplicar todo nuestro conocimiento del manejo del color. Y así sin pensarlo fue el bordado la técnica que nos ayudó a poner en imágenes la historia de los dos y el proceso de creación compartido.
Leo: Empecé a estudiar pintura a los siete, ocho años con una profesora de barrio en Lomas de Zamora. Íbamos todos los vecinos y amigos de la zona a estudiar con ella, y mi primer acercamiento fue copiando imágenes de revistas y libros. Después, en la época de la secundaria, estudié cerámica en un taller emblemático de Temperley, y entre adultos de 40, 50 años, encontré el sentido de lo que era el arte, la creación. Fue como una ruptura.
¿Por qué eligieron el bordado como una de sus técnicas predilectas?
Daniel: el bordado es una actividad relegada al mundo femenino, entonces ¿qué sucede cuando dos hombre se lo apropian y transforman? Nos interesa borrar el límite entre el género y la tarea.
Leo: También trabajamos con el tema del estereotipo. Romper con las construcciones culturales y sociales que dicen que el bordado pertenece a tal género, y a partir de ahí retratar otros temas como la familia homoparental. No somos los primeros, ni seremos los últimos, viene con una tradición de artistas que pertenecen a la comunidad LGBT, como Feliciano Centurión y Mónica Girón.

Su primera obra juntos, Hechizo, fue en el año 2003 durante una de las mayores crisis en Argentina, ¿cómo influenció en su trabajo?
Leo: En ese momento de estallido social empezamos a estar juntos, hubo una ruptura del yo para ser un nosotros. Ahora nos ponemos a pensar retrospectivamente, pero en el momento no hacíamos un cálculo matemático de cómo tendrían que ser las cosas, uno vive, nosotros vivimos. Y en ese contexto donde las instituciones cerraban, donde no había dinero, donde todo era un caos económico social, en eso tratamos de construir algo. El arte nos salvaba.
Daniel: Hicimos Hechizo en Estudio Abierto, una actividad anual que se apropiaba de espacios históricos, en este caso, la tienda Harrods. Fue espectacular, por 15 días toda la comunidad artística estaba conglomerada ahí y trabajábamos interdisciplinariamente. Nos pareció interesante que surgiéramos en ese contexto. Con Hechizo entendimos que juntos somos mejores, que nos complementamos y fundamentalmente, que queríamos vivir en un estado de creación permanente.
Ustedes se definen como artistas queer, ¿qué significa para ustedes ser queer y hacer obras de arte queer?
Leo: A veces parece que las redes sociales te taggean con etiquetas que la sociedad necesita y por momentos le seguís el juego. Nosotros hace años nos sentíamos queer, artistas gay no binarios.
Daniel: Nos podríamos definir como feministas.
Leo: Es difícil. Nos encanta que todo sea muy diverso, creo que esto hace a lo queer, lo extraño. Queremos que haya respeto por las diversidades y no tener la etiqueta de “nosotros somos así y el resto no va”. Hay que practicar la tolerancia.
Daniel: También teníamos muy claro de dónde veníamos cuando empezamos a producir juntos. Toda mi adolescencia transcurrió en la época de la dictadura y en una provincia, donde se acentúan mucho más los modos patriarcales, por lo que estaba seguro de en qué tipo de sociedad quería estar y en cuál no. Nosotros tenemos una voz producida con imágenes, donde nos retratamos como familia acompañados de nuestro perro Piolín. Así exponemos otros modelos de familia. Cuando empezamos a hacer esto no existía el matrimonio igualitario. Irrumpir en la escena local al apropiarnos de estos temas, era un gesto político y la forma de contribuir a que las sociedades venideras vivieran en un mundo distinto del que habíamos crecido nosotros.

¿Tenían en mente la potencia política que iba a tener su trabajo cuando empezaron a producir juntos?
Leo: No, no fue intencional. El tiempo del arte no es lineal. Pensalo como si tiraras una pelotita en un cuarto: dispara para todos lados. No lo podemos pensar como una reacción inmediata. Un poco detesto eso de que sucede algo y automáticamente hay consecuencias de lo hecho, como si fuese una ilustración del tiempo. Prefiero artistas con mayor libertad de trabajo, después ves en qué sintonía estás con eso. Pusimos en palabras algo que no era nuevo.
Daniel: Yo pienso que éramos inconscientes y eso nos dio libertad. Generamos polémica porque somos incorrectos. Por ejemplo, me acuerdo de una de las primeras muestras que hicimos en Sonoridad Amarilla, donde presentamos Próceres, un retrato en dibujo y bordado donde nos retratábamos como San Martín y Bolívar casi dándonos un beso. Nos metimos a hablar con desparpajo de un tema del que nadie habla: la sexualidad de próceres o militares.
¿Cómo es su proceso creativo?
Leo: En nuestros retratos muchas veces nos travestimos, “yo hago de este y vos del otro”, como si fuésemos dos niños jugando a romper el estereotipo. En cuanto al textil, hay algo de su textura, calidez y calidad del material que nos encanta. También, es un trabajo que lleva mucho tiempo. Las ideas son rápidas pero la realización es lenta. Generalmente agarramos temas y los investigamos a fondo. Por cada pieza podemos estar cuatro o cinco meses, y en piezas grandes son años de trabajo. Es una técnica contracorriente dentro del mundo contemporáneo que vivimos, tan inmediato, donde todo te aburre. Las redes sociales, Instagram, Tik Tok… es un bombardeo de imágenes.
Daniel: Arte y vida no van disociados. Nosotros queremos vivir atravesados por el arte, estar en constante creación.
Leo: Creo que también tenemos un ego gigante, entonces producimos lo que queremos. No nos circunscribimos al arte textil, somos artistas contemporáneos y punto. Hacemos y nos metemos en proyectos en los que creemos.
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Mencionaron tanto el tiempo físico, en cuanto al tiempo dedicado a crear obras, como el simbólico, ya que traen las voces de otras generaciones. ¿Qué rol juega el tiempo en sus obras?
Daniel: Por un lado, elegimos métodos donde el tiempo es clave y está atravesado por el oficio. Para ver una superficie en el bordado necesitamos mucho más tiempo que en la pintura, por ejemplo. Pero por el otro lado, también tratamos de atrapar el tiempo que no estuvimos juntos. Nos retratamos como dos niños jugando, o de adolescentes, como si hubiésemos vivido juntos esos momentos.
Leo: Es nuestra manera de capturar el tiempo. El presente es una construcción porque incluso acá mientras estamos hablando envejecemos, y lo que dijimos ya es pasado. El presente no existe y el futuro es una idea. ¿Cómo agarrás el tiempo? Autorretratarse durante tantos años tiene que ver con esa captura simbólica, y también con cierto ideal de lo que mostramos, esa representación de cómo queremos ser.
A medida que fueron avanzando los derechos igualitarios para la comunidad LGBT, ¿Cambiaron sus técnicas?, ¿Hubo una progresión temática?
Leo: En realidad siempre estuvimos circunscritos en esa comunidad, hablamos de la familia, del amor, de lo que es ser hombres gays maduros en esta sociedad, y de las artistas mujeres que no tuvieron lugar y visibilidad en el mundo del arte. Rescatamos obras que nos encantan y las traemos a nuestras obras a modo de homenaje. Hay un concepto que nos interesa, el del ADN artístico. Por un lado está formado de diversos artistas, y por el otro, es nuestro propio ADN sanguíneo, ¿cómo estamos construidos? Hace un par de años comprobamos nuestros orígenes italianos y de los pueblos originarios argentinos. Toda esa mezcla que compone Chiachio y Giannone es con lo que trabajamos y nos define. Los procesos creativos en donde no sabemos hacia dónde vamos son los más interesantes. Actualmente estamos haciendo unas obras a partir de símbolos de pueblos originarios argentinos, con formas que vimos en Pompeya; y usando banderas y colores de la comunidad LGBT. No sabemos en qué va a terminar y eso nos gusta.
Daniel: Pero también es verdad que hubo una progresión en cuanto a la complejidad de los métodos de trabajo. Primero usábamos telas lisas con bordados lineales, después usamos otros tipos de bordados y telas estampadas. A su vez, intentamos ampliar las propias configuraciones del textil: como no queríamos que el tamaño sea un límite, creamos nuevas telas con materiales reciclados. Está muy presente la idea de resignificar los materiales, darles una segunda oportunidad a las cosas. Y así, todo el tiempo tratamos de ver de qué forma podemos expresar de manera más eficiente lo que tenemos para decir.
¿Buscan una reacción particular en el público?
Leo: El público te sorprende, no tenés tanto poder para que interprete lo que querés como artista, y está bueno que sea así. Me acuerdo de un señor de unos 70 años que vio unos pañuelos bordados en uno de nuestros retratos, y se acercó para decirnos que para él significó traer toda su historia a ese momento. Cuando era niño su mamá cosía y él estaba siempre abajo de la mesa mirando los pies que apretaban el pedal, escuchando el ruido de la máquina, sintiendo su olor. ¿Cómo hacés para direccionar eso? Es hermoso sorprenderse y escuchar estas cosas.
Daniel: De lo que sí estamos convencidos es que nadie queda excluido en nuestras exposiciones. Lo textil remite al hogar, lo conocido, pensá que lo primero que hacen cuando nacemos es cubrirnos con telas. Todos los días nos vestimos y cuando vamos a dormir nos cubrimos con textil. Atraviesa toda la historia de la humanidad.

Comentaban que se consideran artistas feministas, ¿De qué forma exploraron esta faceta en la muestra de Ruth Benzacar que hicieron en 2017, Arqueología Suave ?
Daniel: Arqueología Suave visibiliza artistas mujeres que, habiendo tenido formación en la pintura, tuvieron que dedicarse al textil porque era la única forma en la que podían tener reconocimiento como artistas, por ejemplo Anni Albers, y Gunta Stölzl. Indagamos en archivos de la Bauhaus, donde crearon la escuela de tapicería y cerámica justamente porque consideraban que las mujeres no eran aptas para lo tridimensional. Además, nos interesó un caso en particular, Elena Izcue, artista y pedagoga nacida en Lima. Ella introdujo su conocimiento de la pintura en el textil y el mundo de la moda, y a su vez incorporó la simbología precolombina, que hasta ese momento no estaba presente en el mundo del diseño europeo. La forma de homenajearlas fue a partir de la deconstrucción de sus obras, estampamos telas e hicimos una gran instalación de cortinas viejas recuperadas en ferias y mercados. Estaban situadas en la entrada como metáfora de que para entrar al mundo de Chiachio y Giannone tenían que atravesar el mundo de estas mujeres con el cuerpo.

En el 2018 impulsaron la primera muestra colectiva de artistas LGBT en el Centro Cultural Kirchner, donde historizaron el arte queer en Argentina. ¿Cuál fue su objetivo original y en qué derivó?
Leo: Gabriela Urtiaga, curadora de la muestra y directora de Artes Visuales del CCK, nos invitó a ser parte de una muestra colectiva en homenaje a los 35 años de la democracia en Argentina. Nosotros le propusimos reconstruir la historia de los artistas de la comunidad LGBT en una especie de línea histórica desde el momento presente hacia atrás. Entonces, en una pared pegamos fragmentos de obras de diferentes artistas, y dibujos nuestros a partir de su arte. Mientras trabajábamos, la gente empezó a visitar la muestra y surgió un diálogo interesante entre artistas que nos contaban de tal o cual artista que era gay pero no lo decía, o que se fue a vivir a otro país o murió de SIDA, etc. Y así hicimos una construcción de boca en boca, como una tradición oral de la comunidad.
Daniel: También estuvo la idea de extender el trabajo comunitario, hubo gente que vino a ayudarnos a producir banderas. Una de ellas fue con la ropa de nuestros amigos, la cual llevamos al centro cívico más importante que tenemos, Plaza de Mayo, y formó parte de la marcha del orgullo. También le preguntamos al público por qué era importante vivir en diversidad y lo incluimos en una bandera de 50 metros de largo que marchamos con más de 100 personas en Palm Beach. Además, tuvimos la suerte de que la directora del Museo Latinoamericano en Los Ángeles lo viera y quisiera que lo replicáramos ahí. Esa incertidumbre de la que hablábamos estuvo presente: tiramos una idea sin saber la potencia que tenía.
¿Qué los mantiene artísticamente lúcidos?
Leo: Estar en vínculo con la sociedad, con la gente, la música, los amigos, vivir la ciudad, eso nos mantiene alerta, despiertos en los diálogos actuales. Y cuando hablo de estar en contacto con la sociedad me refiero a entender en qué están los jóvenes, qué piensan, y con nuestro trabajo intentamos mantenernos en vínculo con artistas más jóvenes. Entender el mundo al dialogar con otras generaciones nos da lucidez.