Pabellón Argentino
Un adelanto de la Bienal de Venecia que a partir del dia 20 de abril y hasta el 24 de noviembre abrirá sus puertas en las diferentes locaciones de la bella ciudad italiana.


Bajo la mirada de Marcela y Oscar Smoljan, hacemos una primer recorrida desde el Pabellón Argentino en el histórico Arsenale donde se presenta el envío oficial argentino con la artista Luciana Lamothe (Mercedes, 1975) Ojalá se derrumben las puertas, con la curaduría de Sofía Dourron.
En este nuevo trabajo, Lamothe entrelaza maderas y caños, cuerpos y estructuras, mutabilidad y permanencia, creando diferentes recorridos dentro de espacios que modulan situaciones de violencia y hospitalidad en un tenso equilibrio de formas interdependientes.


En consonancia con el tema de este año, “Extranjeros en todas partes”, la instalación de Luciana alude al cruce de fronteras, no solo desde lo físico sino desde las estructuras que fracturan y separan cultura y naturaleza, humano y no humano planteando “otras formas de vida posibles, vidas simbióticas, queer y solidarias”, según enuncia la artista.

La imaginación ecotectónica de Luciana Lamothe (fragmento)
por Guadalupe Lucero y Noelia Billi
Las cintas de fenólico suspendidas a un par de metros sobre nuestras cabezas nos protegen como el arco, al mismo tiempo que nos ubican en el centro del movimiento. En las puntas encontramos restos de madera y el propio fenólico abierto en tiras punzantes que rompen la aparente suavidad formal ondulatoria de las curvas para recordar las astillas que traman las placas. Estos ramilletes que brotan por los bordes ponen a prueba cierta energía elástica del material, que parece estirarse en ondas solo para romper, como cualquier ola, violentamente sobre algún cuerpo que se le interponga.
El dispositivo es recorrible y por momentos habitable, en tanto que hace resonar la forma del refugio primario, la protección aparente del techo, pero para abrirse siempre por los lados suprimiendo cualquier sentido de cierre, e invitando al movimiento a través y en torno de las placas y los tubos de hierro. Por otro lado, aquel momento cuasiestático, visualescultórico, de los materiales llevados al límite de su resistencia, que se incrustan en zonas de umbral, donde ya no solo encontramos la intervención sobre los materiales industrializados, sino que estos se hibridan con maderas recuperadas, desechadas, ramas caídas y demás modulaciones del cuerpo de la madera que brotan en la pieza.

Para los seres humanos, habitar supone el refugio en un interior. Nos refugiamos de las inclemencias de la intemperie, de allí la identificación de techo y casa. Precisamos algo que ponga un límite al espacio sideral por encima de nuestras cabezas y reemplazamos la inmensidad vertical que nos conecta con las fuerzas cósmicas por ventanas que enmarcan un pequeño paisaje que podemos contemplar protegidos. En esta configuración, las puertas son los puntos de paso entre el afuera y el adentro, lo que demarca el pasaje de lo público a lo privado, de la naturaleza a la cultura, del cosmos al oikos. Sin embargo, Lamothe invita a practicar otro tipo de habitación, una que se balancea precariamente sobre el deseo de que las puertas por fin se derrumben, cedan ante las fuerzas que confunden interioridad y exterioridad. Esta práctica implica una reconfiguración de los hábitos adquiridos, que son los de quien mira y objetiva desde un interior (el de su cuerpo, luego el de su casa). Construyendo una habitación donde las fuerzas tectónicas son reveladas en sus tensiones metaestables, Lamothe genera un dispositivo que semeja el instante crucial en que un pequeño pero incesante desplazamiento de las placas tectónicas produce un terremoto, donde las fuerzas en tensión introducen en la tierra la potencia de sus vibraciones continuas y hacen temblar todo.
Es aquí precisamente que la tectónica arquitectónica converge imaginariamente con la geotectónica. Es como si Lamothe, obsesionada por la mecánica y la dinámica de las potencias telúricas, eligiera los dos elementos estructurantes por antonomasia (el metal y la madera) para performar eso que, vedado a la visión, determina el modo en que todas las formas de existencia habitan: los pliegues y fallas de la litósfera. Si el objeto de análisis de la geotectónica son los distintos tipos de deformaciones (elásticas, plásticas y rígidas), la obra de Lamothe parece explorar cada una de estas formas de relacionarse de los materiales entre sí, cada uno haciendo esfuerzos, pesos y contrapesos, hasta que algo alcanza cierta estabilidad o al fin cede y se quiebra.
La ecotectónica de Lamothe nos sitúa, así, en el vértice en que distintas temporalidades convergen conflictivamente. Las maderas (industriales o recuperadas, de descarte de otras construcciones o simplemente restos del arbolado público) y los metales (extraídos del seno de la tierra y modelados) que la forman son asediados por tensiones que sostienen y a la vez hacen de su derrumbe algo inminente. El árbol (y sus derivas) como paradigma de la arquitectura que atraviesa épocas y espacios, no como imagen primera perdurable de lo que no puede existir en soledad, sino como la punta acerada de un nudo de relaciones que construye habitación ecotectónica, es una imagen que, en su complejidad, evoca la problemática de la crisis global en torno a la producción y el uso de técnicas de alto impacto en las condiciones climáticas en las que vivimos, y fuerza a indagar en nuestro deseo: ¿serán solo las puertas las que se derrumben o seremos aplastados sin remedio por el colapso de este mundo?