Una recorrida por la última edición de la feria arteBA con una niña de 10 años
Por Ana Clara Giannini
Se me ocurrió esta nota mientras leía La Nación del viernes 24 de mayo. En esa edición Loreley Gaffoglio contaba con detalles su recorrido con el maestro Luis Felipe Noé por la feria de arteBA, inaugurada el día anterior.
http://www.lanacion.com.ar/1584870-arteba-una-recorrida-por-la-feria-con-el-maestro-luis-felipe-noe
El artista era poseedor de un simbólico “cheque en blanco” para que pudiera comprar las obras que quisiera. Se habla de su “sensibilidad creadora y su ojo aleccionado como teórico del arte” como herramientas que justifican su labor al momento de la elección. Fue justamente eso lo que me inspiró.
El sábado fui a la feria con mis sobrinas, una de ellas de 10 años, Valentina, a quien le divierte el tema del arte pero que aún puede considerarse neófita.
Recorrí, en mi caso por tercera vez, la feria y descubrí lo interesante que era seguir su mirada y su criterio al elegir. Quedé gratamente sorprendida al ver como sus ojitos, aún sin conocimiento teórico artístico y ninguna pauta que los condicionara, se emocionaban al toparse con ciertas piezas.
Empezaron a disfrutar cuando se encontraron con las obras de Serón que tenía Alejandro Faggioni. Los colores puros y estridentes, que daban lugar a formas geométricas, atraparon su atención, así como la textura y la luz del cuadro de Miguel Ocampo de 1960, reproducido en el catálogo que se entregaba en ese mismo stand.
Cruzamos el pasillo C y nos encontramos con Holz y las obras de Ana Clara Soler, quien el año pasado había participado exponiendo en el Barrio Joven Chandon. Sus estrellas de madera calada son muy llamativas y coloridas, irían directo a la habitación de Valentina.
Hasta ahora, el denominador común de las elecciones de mi sobrina fue el color, pero eso no sorprende ya que se interpreta, usualmente, que ese es un factor que atrapa a los niños.
Lo que sí me sorprendió es que unos metros más adelante nos topamos con una hidroescultura de Kosice en Castagnino-Roldán y ya eso nos abre un poco más el panorama: la forma, el movimiento y la combinación de elementos líquidos y sólidos le dispararon cierta curiosidad y una sonrisa esbozada en su rostro.
Mientras tanto, nos cruzamos también con piezas que llamaban su atención pero que no le resultaban fáciles de abarcar, había mucho concepto detrás o mucha protesta y denuncia; pero una vez que se analizaban o se imaginaba el por qué de cada una de ellas, la situación cambiaba: «ahora las siento más cerca, estoy más cómoda, no me molestan como al principio, tal vez, porque ya me acostumbré a las obras”, me dijo Valentina.
Son esos algunos de los comentarios que quedan rebotando en mi cabeza ¿Me habré acostumbrado a ver arte? ¿Uno se acostumbra o se entrena? Lo que está claro es que esas sensaciones venían de una mente pura o carente de alguna de las tantas influencias por las que los adultos ya pasamos.
En su visita destacó la obra de Abel Ventoso, RF1, y la roja de Ricardo Cárdenas, ambas de Del Infinito. También se detuvo por largo rato con el mapamundi en vidrio destrozado sobre tierra de Inés Fontenla, mientras discutíamos sobre ecología y medioambiente, una conversación que era a su vez esperanzadora porque de entre los vidrios asomaban unos brotes que provenían de esa tierra.
Finalmente llegamos al Barrio Joven Chandon y ahí su mirada quedó deslumbrada por una inmensa cruz y varias rosas llenas de lentejuelas de brillantes y llamativos colores que estaban ubicadas en Rusia/Galería de San Miguel de Tucumán. Fue en ese momento en el que, sin querer, le mencioné el término kitsch y sentí, entonces, como una gran compuerta se abría; Valentina lo buscaría más tarde en internet y esa mente tan libre empezaría a estar influenciada o marcada por todas las imágenes y conceptos develados en arteBA.
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