Sobre la inauguración de “El reverso de la piel”, una exposición que vincula lenguajes y propone experiencias diversas.

El viernes 15 de septiembre fue una noche especialmente ventosa. Resulta curioso ahora que pienso en retrospectiva, entre tanto cemento que compone el casco histórico de la Ciudad de Buenos Aires, por unos instantes se impuso la naturaleza. La corriente de aire era tan intensa que mi cabello cortito quedaba suspendido en el aire por varios segundos, incluso por momentos, llegué a sentir que empujaba todo mi cuerpo y debía hacer frente para lograr traspasar esa pared imaginaria y llegar hasta la calle Hipólito Yrigoyen.
Que mi memoria recupere esa experiencia de luchar contra el viento cuando caminaba hasta una obra, no es casual. Esa misma noche me dirigía a la inauguración de El reverso de la piel, de la artista Martina Servio Olavide, con la curaduría de Agustina Rinaldi, la dirección de Santiago Cejas y las interpretaciones de Ramiro Santos, Iván Vitale, Agustina Tríano, Marisa González, Luli Cabral y Lucas Zagaria. En Abra Cultural, un espacio ubicado en el barrio de San Telmo (Hipólito Yrigoyen 840) que ofrece una propuesta culinaria acompañada de una programación artística, una combinación que se aprecia cada vez más tanto en la Ciudad como en el Conurbano Bonaerense.
El proyecto de Martina, sucede en el marco específico de Microcentro Cuenta, una plataforma que busca estimular el desarrollo y visibilidad de propuestas artísticas del microcentro porteño como performances, muestras de artes visuales, instalaciones, obras de teatro, entre otras. El reverso de la piel, en palabras de la curadora, se define como “un acto expositivo y una experiencia híbrida” porque consiste en dos situaciones artísticas distintas pero complementarias: una exposición de pinturas y objetos en una sala de formato cubo blanco del primer piso de Abra Cultural; y una obra teatral dirigida y guionada por la misma artista, que se activa en el subsuelo del mismo espacio.

En esta experiencia multidisciplinar, se interpretan conceptos propuestos en la segunda mitad del siglo XX por los filósofos Jaques Derrida, Gilles Deleuze y Félix Guattari, revisitados y expandidos desde entonces hasta la actualidad por diferentes teoricxs. De estos, se destaca el devenir animal. Para despejar sobre esta idea tan compleja y críptica, voy a citar a Esther Díaz (2023), filósofa argentina, quien en una entrevista se aproxima a una definición muy amena y útil para tener presente en este contexto:
“El animal no tiene códigos morales, disfruta de la vida, sufre lo que hay que sufrir y punto. […] Devenir animal es ser libre como el animal. ¿Cómo hago para no ser tan humano? En contra del humanismo, que es otra bestialidad, porque el humanismo es que somos todos iguales, pero los que somos varones, heterosexuales y blancos. El humanismo son unos señores blancos con dinero y poder que decidieron que ellos eran humanos.”
Esther Diaz

Articulando impresiones y conceptos, me pregunto si la lucha contra el viento antes de entrar habrá sido una experiencia más cercana al orden de lo animal que yo me permití. En definitiva, ¿qué es lo que nos permitimos sentir y cómo?, repito la pregunta de Esther, ¿Cómo hago para no ser tan humano?. Inmediatamente, una de las interpretaciones de aquella noche resuenan en mi cabeza…una mujer que emerge de la oscuridad relata su jornada interrumpida por la llegada de su menstruación en pleno andar citadino. En ese relato, surfea y habita los diferentes estados emocionales y físicos que la naturaleza de su cuerpo dictaban. Sus movimientos, sonidos, respiraciones se aceleran y pierden las líneas. La mujer se entrega por completo, y en un punto, deja de ser mujer.
La exploración de la artista, presente en ambos actos expositivos, pendula entre la pintura, el grabado, la escritura, y ahora, el teatro; su proceso adquiere sentido en el movimiento constante, en el reescribir y remontar una misma idea/concepto en diferentes lenguajes. Ese gesto de migración y saltos entre un lenguaje y otro en la obra de Martina, en tanto operación discursiva, propongo leerlo a partir del concepto de transposición.
Esta operación semiótica implica perder y ganar a la misma vez, y recupero las palabras de Camila Bejarano Petersen (2022) quien asegura sobre esta acción discursiva que, es en el mismo pasaje de un lenguaje a otro que pone en juego el cambio y la continuidad.“[…]Es decir, que la dimensión material o fenomenológica se introduce poniendo de manifiesto que el cambio en el lenguaje, o medio, genera transformaciones.”
Para cerrar sobre esta experiencia y el proceso que la genera, me atrevo a decir que Martina, en su búsqueda artística, migra un mismo discurso por diferentes materialidades, soportes, y lenguajes, en búsqueda de una experiencia estética cada vez más plena y total.