Estas pasiones eran fecundas. De ellas se originaron interesantes trabajos y espacios para una numerosa producción de obras, y sobre todo, se podía percibir ciertos lineamientos que identificaban cada grupo o generación pertinentes a esos circuitos.El tiempo pudo sembrar y diseminar dichos encuentros, pero siempre quedan algunos nombres que persistieron en cuanto a un trabajo sistemático.
PABLO SIQUIER, es uno de estos artistas, pertenecientes a la generación de los ochenta, produjo a lo largo de su trayectoria -en el espacio público y privado- numerosas obras, en especial murales reconocibles por su estilo y estructura.
En la sala Cronopios podemos ver actualmente varias producciones que definimos como el resultado y búsqueda de una acción constructiva que se presenta en permanente estado de cambio. Sin que pierda las características que la hacen definible dentro de un sistema representativo espacial, su abstracción geométrica está organizada con libertad, fuera de todo marco referencial, definida dentro del soporte ilusorio y del espacio real.
Sus módulos cambiantes, lo mismo que los signos-grafías, están estructuradas dentro de una organización espacial con variables reconocibles. Sea por adición o sustracción, superposiciones e imbricaciones, estas composiciones adquieren un lineamiento dentro de lo denominamos estructuras combinables.
Los materiales, como las técnicas varían, en este caso, vemos el uso de la carbonilla, como elección para uno de los murales de gran dimensión 5mts. Por 7, 5 mts, cuya característica nos habla también del estado efímero que adquiere la obra, pues muchas de ellas son destruidas después de la exhibición.
Otro trabajo de gran tamaño fue realizado en Telgopor. En un lugar reservado al montaje de la muestra, puede verse el uso de maderas pintadas con un sentido puctiforme creando un espacio organizado libremente. La pintura en vinilo negro autoadhesivo resuelve otro de mural de 8 metros por 13 metros, y por último una gran instalación en el centro de la sala, realizada con varillas de hierro adaptables a ciertos módulos programados, que permiten una puesta en escena en el espacio tridimensional de exhibición.
El efecto poli-sensorio que puede percibirse en el entramado de estas producciones , donde el color es restringido a un uso emblemático, está conseguido por el movimiento visual de las estructuras resueltas por secuencias rítmicas, realizadas con una limpieza ejecutiva casi obsesiva como un principio ordenador.
Cuando el artista proyecta una obra, persiste en trabajar en “n” dimensiones, es decir en la multi-dimensionalidad, y lo logra con la lucidez arquitectural de un artífice disciplinado. Debemos admitir que Pablo Siquier ha conquistado un nombre, un lugar en el territorio de las artes plásticas, conseguido con el fervor de un militante cuya política es la cultura del trabajo. Herencia quizá heredada en un país como Argentina con su gran ciudad cosmopolita. Esta ciudad integrada con la mezcla de nativos e inmigrantes que entendieron los principios esenciales de la construcción del arte y la cultura.