El “Octavio de la Colina” –MOC- se acaba de inaugurar con dos grande muestras.
El nuevo Museo de Bellas Artes “Octavio de la Colina” bajo la tesonera dirección de la joven Ana Mercado Luna, nace incorporando la propuesta del ICOM (International Council of Museums) con la premisa de ser una herramienta tecnológica y humanista para las artes visuales integradas a la comunidad.
Exhibirá de modo permanente su colección patrimonial, dispondrá de salas para exposiciones itinerantes de grandes maestros y otro espacio para los artistas locales. En una provincia donde no solo la capital, sino también otras localidades como Chilecito, Chamical y Chepes tienen reconocidas instituciones públicas para las artes plásticas, además de centro polivalentes, un numeroso cuerpo educativo asistió a la inauguración, donde se recordó la gesta visionaria del intendente Ángel María Vargas que a partir de un inicial Salón de 1951, resolvió adquirir las obras expuestas de sus comprovincianos: Osmán Páez, Nieto Barrionuevo, Guzmán Loza, además de Gómez Cornet, Presas, Victorica, Gambartes, Daneri, Basaldúa, Timoteo Navarro, Pantoja, Policastro, Vidal, Tiglio, Uriarte, Vanzo, Farina, Bellock y Sergio Sergi, entre otros. Cuando siete años más tarde, Miguel Eduardo Dávila fue designado director del museo se logró en 1959, una primera donación de obras y sumó un préstamo de otras treinta y seis del museo Nacional de Bellas Artes, por gentileza de Jorge Romero Brest, entre las que destacan las firmas de Ezequiel Linares, Raúl Schurjin, Leopoldo Torres Agüero, Ernesto Deira, Leopoldo Presas, Alfredo Portillos, Carlos Cáceres, Ramón Nieto, Mario Aciar, Carlos Cañás, Jorge Demirgián, Ramón Soria, Raúl Russo, Miguel Ángel Guzmán, y Pedro Alberto Molina. Después de once años, el 27 de octubre de 1961, se designó al museo con el nombre de “Octavio de la Colina”, pintor considerado el pionero entre los riojanos.
En el acto de agosto, donde participó el conjunto de los sectores culturales de La Rioja estuvieron las autoridades encabezadas por el intendente Ricardo Quintela, la secretaria de Comunicación Pública, Gabriela Pedrali, el responsable de la flamante remodelación museística: Juan José de Leonardi e inauguró las instalaciones la directora Mercado Luna, con dos grandes muestras individuales y excelentes catálogos; la primera curada por Shasha, hijo de Miguel Dávila (1926-2009) y la otra con uno de sus afamados discípulos locales: Miguel Ángel “Toto” Guzmán (1933-2007).
Por mi parte, en la ceremonia, precisé que fue un expresionista abstracto porteño, Eduardo Scornavache, arquitecto que supo tener un atelier en San Telmo al que asistían pintores y escritores, hacia 1977 protagonizó un corto metraje de once minutos de duración, que filmó Dávila con secuencias donde el protagonista ejercía sus dotes de astrólogo. Actividad experimental a la que el riojano tituló “Visible e Invisible”, entre una decena de cortos en blanco y negro que han sido recuperados. En Buenos Aires, pocos rastros quedan de aquel impromptu de un hombre como Dávila quien supo proyectar su labor de maestro desde su taller abierto a las nuevas promociones, entre las que también destacó su mujer y alumna: Susana Claret.
Considerado por su apacible buen humor, el “Beato Angélico” de una ríspida nueva figuración que integraron Noé, Macció, Deira y De la Vega, el riojano rechazó en París –a principios de los años 60- la invitación de sus colegas de generación para integrarse al grupo.
-¡Si te quedás solo te vas a joder!- fue la última argumentación que intentó el abogado Ernesto Deira, a quien en alguna ocasión, en los alrededores del “Barbaro”, habrían de apresar por su barba y pelo largo. Para aquellos muchachos dispuestos a llevarse el mundo por delante y hasta a competir entre ellos sin darse tregua, resultaba extraña la pretensión del riojano de hacer su camino en solitario, como le habían mostrado sus maestros. Los mismo que él, una y otra vez destacó: Adolfo de Ferrari, en la pasión del color; Pompeyo Audivert, la disciplina del trabajo y de Policastro y Spilimbergo la fiebre por el dibujo y, además: el automatismo en la composición de la proporción áurea, que trasmitió don Lino, como le decían aquellos discípulos que lo siguieron hasta Tucumán, entre el 49 y el 53. Carlos Alonso había llegado de Mendoza y el azar –que es siempre seguro, como decimos los poetas-, lo cobijó junto al riojano haciéndoles compartir el mismo cuarto de estudio y similar hambre de sueños. Esto él pintor me lo relató muchas veces, con mil anécdotas, ya que cuando abruptamente se acabó aquel período, ese joven Miguel Dávila bajó a Buenos Aires, se ubicó en el barrio de Colegiales, y pronto comenzó a destacar como maestro y a vender sus cuadros en las principales galerías. Su esmirriado e inquieto físico bajo una gorra de paño azul de capitán de barco, acentuaba cierto parecido físico con Paul Gauguin, que tampoco era buen mozo, pero hizo más evidente su firme generosidad fuera de lo común. A su vez, sus alumnos sentían que ante sus cuadros y las periódicas exposiciones, liberaba el poder del asombro, ese mismo sentimiento que lo acompañó en sus giras europeas, y hasta en su reencuentro con Alonso, exiliado en Roma. Y para cerrar, un recuerdo de sus convicciones y conducta. Corrían los tiempos de la dictadura de Onganía cuando una feroz represión hizo que Dávila sumara su firma a un escrito de protesta y, ocurrió entonces que un nuevo cuadro que había sido reservado por el director del museo de La Plata, acabó por no ser adquirido; Miguel viajó hasta la provincia para encarar al responsable y enrostrarle su comportamiento que concluyó con un apóstrofe ante semejante canallada; valiente portazo que por largo tiempo habrá de perdurar en nuestro ambiente plástico.
Mientras los principales lauros que obtuvo,-Gran Premio de Honor y medalla de oro, salón municipal, 1964: pintura; Gran Premio de Honor, salón nacional,1980: pintura-, entre muchos otros, comprueban cómo fue apreciada y valorada su obra, algo que, al decantar, crece con los años y permite comprobar esta excelente selección antológica de óleos, dibujos, maderas y grabados reunída en el flamante Museo Octavio de la Colina, -MOC-. Ojalá que el conjunto de estos cuadros de tan distintos períodos, pueda viajar a otros destinos de nuestro país tan necesitado de encontrarse, en vivo y directo, con la tradición de sus máximos artistas, donde late la razón del dibujo y estalla la libertad del color.
Alberto Mario Perrone, Asociación Argentina de Críticos de Arte.
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viuda de Leopoldo torres Aguero me gusteriq de tener contacto con el director del musep
cordialemente
monique rozanes