Los extraterrestres invadieron el Bellas Artes
Un pincel clasificado por la prensa como “masculino”, un abordaje a la guerra y sus horrores que nada tiene que envidiarle a figuras como Goya y una temprana fascinación por las posibilidades fácticas y metafóricas del contacto de la humanidad con el espacio exterior colocaron a Raquel Forner en lo más alto del panteón de artistas nacionales del siglo XX.

En esta oportunidad, el Museo de Bellas Artes presenta “Raquel Forner. Revelaciones espaciales. 1957-1987”, una exposición enfocada en su segunda etapa artística. De ascendencia española, su recorrido comienza en los primeros años del siglo pasado, cuando visitó España y tuvo un primer contacto con su arte. Los vínculos con Europa serían numerosos a partir de ese momento: estudió dos años en la Academia Escandinava de París a cargo de Othon Friesz, quién sería una gran influencia; expuso en numerosas galerías y museos y fue parte del grupo de París, conformado por figuras como Antonio Berni y Víctor Pissarro.


“Mi obra se caracteriza por estar dividida en series. Estas series tienen como punto de partida una vivencia extra plástica. Así, la serie del drama, que comenzó en 1938 y terminó en el 45’ fue inspirada en la guerra, para mí incomprensible”, afirmó Forner al ser consultada por su obra. El diálogo entre la realidad y la pintura es evidente, aún en aquellas obras que están en extremo alejadas de la figuración. Profundamente impactada por la Guerra Civil Española y más tarde por la Segunda Guerra Mundial, Forner creó piezas que traducen a la perfección el horror y la violencia de estos conflictos al lenguaje pictórico. En estas obras, no expuestas en esta ocasión pero cruciales para entender el giro que se produce en su trayectoria a partir de la década del 50’, se observan ciertas reminiscencias con la pintura metafísica y con el surrealismo: figuras desoladas y aisladas, paisajes vacíos de humanidad, cuerpos que parecen cadáveres y esculturas mutiladas.


Su visión del mundo vuelve a dar un giro de 180 grados en 1957 cuando la Unión Soviética lanza el primer Sputnik. Si volvemos al testimonio de Forner y al momento en el que afirma que sus series “tienen como punto de partida una vivencia extra plástica” podríamos preguntarnos, en un ejercicio contrafáctico, qué hubiera pasado con su arte si ese satélite artificial no hubiera llegado al espacio. La única certeza que existe es que el hilo de causa – efecto que une a la URSS con una joven pintora argentina es más que evidente: su vida y su obra cambiaron para siempre con ese satélite.
Son las piezas de esta segunda etapa, la etapa espacial o cósmica, las que se exponen en el Bellas Artes: colores estridentes (que algunos relacionaron con el fauvismo), animales, figuras espaciales y totémicas, grandes lunas y objetos celestes.

Hay una contraposición sumamente interesante entre las figuras a color (los mutantes, los seres del espacio) y los cuerpos grises, los humanos. La visión sombría que tuvo Forner en su primera etapa, la terrenal, parece haber virado hacia una perspectiva más positiva, aunque sin caer en falsas ilusiones o ingenuas interpretaciones. Si bien es claro que el color y los mutantes espaciales retratados parecen ser una vía de escape al horror terrenal, esa faceta sigue estando presente en los humanos que aparecen en los cuadros. Las figuras extrañas se comen personas, las guardan en su vientre, se conectan con ellos a partir de cables que podrían ser venas o cordones umbilicales.

El vínculo entre ambos es claro y, como la metáfora del huevo y la gallina, no se sabe quién vino primero, aunque sí es claro quien domina: los seres espaciales se imponen en todo su esplendor, volviendo a la condición humana algo vacío de sentido y de condición de posibilidad. Vacío de futuro y de proyección. La pretendida positividad que rodea a estas piezas, luego de este análisis, se revela superficial: la obra de Forner propone un futuro utópico, pero vacío de humanos.
Raquel Forner falleció en 1988 dejando tras de sí un corpus de obra enormemente vasto. Me atrevo a decir que las piezas expuestas en el Bellas Artes son sus favoritas basándome en un hecho clave: no las destruyó. Muchas de las obras de su primera etapa fueron eliminadas por las mismas manos que las crearon, arguyendo que “no había lugar donde guardarlas”. Me alegro que, de todos los espacios existentes en esta ciudad y en este país, haya sido el Bellas Artes el encargado de alojar esta exhibición. Al final Forner encontró, a más de 30 años de abandonar este mundo, un lugar donde guardar su arte.